El pasado fin de semana se celebró en el Centro de Historias de Zaragoza la que ya es la cuarta edición del Festival Birragoza, que volvió a ser un éxito de público, con más de 6.000 vasos degustación vendidos. Y, lo que no es menos importante, una amplia diversidad de públicos, desde los militantes de la cerveza artesana, que es a lo que se dedica el festival, hasta familias con niños, pasando por gentes, digámoslo así, "normales".

Un fenómeno, el de estas microcerveceras, que ha experimentado un importante auge en nuestra comunidad. Pasan ya de la decena los elaboradores y crecen tiendas y bares donde se pueden adquirir estos productos. Y crecen los aficionados que la consumen, por más que su precio sea superior a las cervezas industriales.

Pero, como en toda burbuja, acechan dos graves problemas. El primero viene precisamente derivado de su condición de artesana --elaboraciones pequeñas, sin filtrar y sin pasteurizar-- que para muchas personas se asocia con que el producto tenga una mayor calidad.

Y no nos engañemos, pues bajo el reclamo "artesano" se esconden --igual que sucede en muchas marcas de supermercado no relacionadas con la cerveza-- muchos productos, sin que tal condición otorgue la excelencia. Hay buenos y malos artesanos, por más que en el festival solamente participen cervezas de acreditada calidad. Así que cuidadín.

Por otra parte, y como ya sucedió en su momento con el vino, crece en demasía esa funesta tendencia a catar --término técnico-- antes que a degustar --término asociado con el placer--, por lo que son muchos los que peligrosamente se centran en buscar aromas y sabores, descriptores profesionales, antes de centrarse en paladear y disfrutar. Pasó con el vino y así va el consumo. Ojito también.