Acercarse a un cuadro realizado por Charo Pradas es más una aproximación a uno mismo que al mensaje de la obra. La mayoría de ellos, bautizados Sin título, parecen tener un denominador común difícilmente localizable. «Todos tratan de lo mismo, pero si me preguntas que es eso no tengo ni idea», defiende la autora, que dice haber aprendido con los años a no «recargar» sus cuadros, dejando muchos de ellos sin acabar. con el objetivo de que el espectador aplique con su observación las últimas pinceladas. «Es una técnica japonesa, si no acabas un cuadro el espectador tiene la oportunidad de ofrecer su propia interpretación», explica.

Una visión cuanto menos curiosa dentro de la escuela surrealista, y que en el caso de Pradas se ve alimentada por diversas y nutridas fuentes, desde las teorías matemáticas azarosas de Henri Poincaré hasta el cine de Hitchcock. Una mezcolanza que deja como resultado una panoplia de colecciones que parecen girar hacia el mismo centro, un círculo que se repite concéntricamente adoptando diversas tonalidades cromáticas que resaltan en comparación con el oscuro estilo que la autora desarrolló durante sus inicios en los años 70. «Por aquel entonces solo pintaba bichos expresionistas con tonalidades negras y azul oscuro, y al final lo que comenzó siendo como una temática de despresurización de todo aquello ha acabado convirtiéndose en el grueso de mi obra», señala.

Una obra que ahora se expone a modo de biografía en la exposición Charo Pradas, que la galería de arte La Casa Amarilla inaugura hoy y que permanecerá en la sala hasta el próximo 13 de abril. Una muestra que recoge trabajos de la artista desde 1992 hasta 2018, y que comienza con uno de sus cuadros más característicos, Marnie una obra que la artista bautizó a raíz de su gusto por la película de Hitchcock Marnie la ladrona. «Me impactó mucho la forma en la que los bolsos de las protagonistas de sus películas quedaban cuando se les grababa de espaldas, tenían una forma muy orgánica, casi parecían una escultura», comenta la artista. Un gusto cinéfilo que se arrastra hasta nuestros días, ya que Pradas es una gran aficionada del género de terror y la ciencia ficción. «Me gustan todas, aunque sean malas, desde Blade Runner hasta Divergente, es un género que me llama mucho», asegura la artista, aunque también matiza que estos gustos no han tenido tanto impacto en su obra.

LA OBRA COMO DIÁLOGO

Una obra que a lo largo de los años ha sido testigo de múltiples procedimientos de ejecución, planteados como «diálogos entre la obra y el pintor» y en los cuales cada pincelada aplicada sobre el lienzo puede cambiar por completo el devenir posterior del cuadro. «Ahora doy vueltas a la tela para no decidir el punto de vista del creador, rodeo el cuadro para eliminar las concepciones de arriba o abajo o derecha e izquierda, es como el cosmos en expansión, ahora tengo un estilo mucho más abstracto», reconoce Prada, que afirma que al comenzar un proyecto «nunca sabe cómo va a terminar» y que ya nunca pinta en vertical. «Pintar es algo muy físico, algo de dejarse guiar por el instinto y por las sensaciones que te produce lo que estás haciendo, yo no tengo ideas preconcebidas, solo reacciones», dice.

Una exposición en la que Pradas ha incluido una serie de esculturas realizadas a lo largo de los últimos cinco años, cuando comenzó a realizar sus primeras figuras con objetos abandonados que le llamaron la atención. «No soy muy constante con la escultura, los objetos que las componen pueden pasarse años en mi estudio» explica la artista.