ARTISTA Chucho Valdés & The Afro-Cuban Messengers

LOCAL sala Mozart, del Auditorio

FECHA sábado, 9 de noviembre

ASISTENCIA 700 espectadores

Si admitimos (y no hay motivos para no hacerlo) la africanía como fuente primigenia del jazz y la dificultad, debido a sus muchas influencias, de establecer una identidad clara para esa música, habrá que concluir que el concierto del sábado de Chucho Valdés & The Afro-Cuban Messengers fue, cuando menos en buena parte, jazz-jazz o, cuando menos, jazz de alto octanaje. Cierto es que Chucho descargó sobre sus Messenguers gran parte del trabajo, reservándose los toques justos (¿cansancio o puesta en práctica del método Miles Davis?) Cierto es que muchas de sus citas musicales (desde los ecos del Barroco a clásicos del jazz, pasando por melodías populares) ya las habíamos escuchado en conciertos anteriores, y que algunos de sus trucos como instrumentista tampoco escapan a la atención del espectador avezado; pero hay que convenir que la organización, contenido y tono de las composiciones, en una soberbia combinación de los fraseos del piano, las percusiones, el canto, el contrabajo y los pespuntes de trompeta y fiscorno, fue espléndido. Dreiser Durruthy Bombalé es un fenómeno con los tambores batá y los cánticos yorubas; Rodney Barreto, un batería singularísimo; Yaroldy Abreu, un percusionista de tonalidades múltiples; Ángel Gastón, un contrabajista eficaz, y Reinando Melián, un trompetista puntilloso cuya negritud de su soplo recuerda mucho a la del gran Hugh Masekela.

Claro que, como es lamentablemente habitual, en un momento dado Chucho rompió el embrujo sacando a escena a su hermana Mayra Caridad Valdés, cantante excesiva, asilvestrada y prescindible de la escuela del filin'. Gritó, berreó, jugó al buen rollo con el público y desapareció, no sin antes cargarse todo el ritmo del concierto.

En fin... Ya de cierre sonó una pieza de corte funk-atonal, paradigma de cómo se pueden descontrolar las cosas cuando se quiere dar gato por liebre o circo por jazz, y un bis algo más ajustado pero igual de populista. Así que guardamos en la memoria esa parte del concierto en la que Chucho y sus mensajeros de la negritud transformaron el rito en catarsis y lo ancestral en gozosa contemporaneidad. El jazz, o sea.