Hablar de la influencia de Chuck Berry en el rock es como tratar de acotar la importancia de Alexander Fleming en la penicilina: terminaríamos antes mencionando qué grupos escapan de su onda expansiva, si es que hay alguno. Sean conscientes de ello o no, todos deben algo a sus iniciáticos riffs de guitarra, a su narrativa fresca y desafiante, y a esas canciones que establecieron el canon salvaje, corrosivo y descarado del rock’n’roll.

Por supuesto, de él partieron todos los grandes de los 60. Los Beatles, tocando Roll over Beethoven en Hamburgo y grabándola poco después, tomando la línea de bajo de Talkin’ about you en I saw her standing there y replicando su Back in the USA con la guitarrera Back in the USSR, y los Stones, adaptando Come on para su primer single y Carol en su álbum de debut. A otro lado del Atlántico, Brian Wilson fusilaba la música de Sweet little sixteen en el éxito de los Beach Boys Surfin’ USA, operación que le llevó a los tribunales y a modificar, en adelante, los créditos del disco, y hasta Bob Dylan se inspiró en Too much monkey business para dar forma al parloteo poético de Subterranean homesick blues.

Para la generación hippy, de psicodelia y rock ácido, Berry podía ser un referente algo lejano, pero Johnny B. Goode rompió límites mentales con su conversión en desenfrenado icono para guitar heroes a través de Jimi Hendrix y Johnny Winter, mientras MC5 llevaba Back in the USA al viscoso territorio del rock de Detroit. La carrera de Chuck Berry entró en los 70 en ciclos de decadencia, pero sus canciones nunca dejaron de estar vigentes: de Ten Years After a John Lennon, pasando por David Bowie y Elton John, grabaron sus canciones. Y la Electric Light Orchestra logró uno de sus primeros hits con su toma sinfonizante de Roll over Beethoven. En los 90, You never can tell vivió una segunda juventud por la banda sonora de Pulp fiction.

Atención a las señales de simpatía desde el rock duro: ese School days por AC/DC, el abrasivo Let it rock a cargo de Motörhead y ese Johnny B. Goode un tanto deformado por Judas Priest. Esta canción vivió otros acercamientos audaces, como la versión reggae de Peter Tosh, con el estribillo «go, Johnny, go» menos urgente de la historia.

Esa pieza, Johnny B. Goode, fue la elegida por el grupo madrileño Burning para cerrar su disco en directo del 2015, Vivo y salvaje, si bien la canción ya figuraba en su primer single, de 1974, en tiempos de rock progresivo y underground. La misma canción que incluyeron Los Suaves en un par de álbumes en directo. Antes ya se habían acercado a Berry bandas de los 60 como Los Sírex, y más adelante lo harían Los Rebeldes, que en su disco más reciente, A flor de piel, lanzado el pasado mes de noviembre, van más allá y ofrecen una canción titulada Chuck Berry. «No lo enseñan en la escuela, ¡pero yo quiero ser Chuck Berry!», dice el estribillo.

Chuck Berry visitó varias veces España pero fue apreciado más bien a destiempo y a través de homenajes tardíos: esos videos y documentales donde se le ve junto a astros como Bruce Springsteen o Keith Richards, repentinamente empequeñecidos ante su aura de pionero, reducidos a colegiales del rock’n’roll. Chuck mandaba.