En los más de 60 años que han transcurrido desde que Elvis Presley inauguró la era rock agitando sus caderas en el show de Ed Sullivan, ningún estilo musical ha sido tan criticado, ridiculizado, incomprendido y parodiado como el heavy metal. Y ninguno ha sido tan resistente y duradero. Décadas de mofa y desprecio apenas han hecho mella en la fascinación y el atractivo que el género sigue despertando en los chavales, generación tras generación.

«No necesitamos que les mole a los rancios adalides del mainstream -escribe Andrew O’Neill en la introducción del libro La historia del heavy metal (Blackie Books)-. Nos lo pasamos demasiado bien para que nos importe una mierda lo que piensen. Porque sabemos lo que se pierden: la subcultura más extensa, efervescente, creativa, inteligente, extrema, desternillante y hedonista del mundo».

NACIDO UN VIERNES 13 / Andrew O’Neill (Portsmouth, 1979) es un humorista anarquista, vegano, transformista y aficionado al satanismo que toca la guitarra en un grupo de punk y que ha convertido su pasión por el heavy en un espectáculo de comedia y en un libro tan hilarante como instructivo. En este volumen repasa la historia del género desde que el viernes 13 de febrero de 1970 salió a la venta el primer álbum de Black Sabbath («todo lo anterior a Black Sabbath es protoheavy», sostiene) hasta el presente.

Y más allá, porque O’Neill incluye en el libro una divertidísima coda sobre el futuro del heavy metal en la que, entre otras cosas, profetiza que en el 2021, Manowar ganarán «de calle» las elecciones presidenciales en Estados Unidos y declararán la guerra a los «falsos jeviatas»: como consecuencia, Linkin Park serán detenidos y enviados a Guantánamo y las «patrullas de justificación de camisetas» acosarán a los ciudadanos con preguntas sobre el nombre del productor de álbumes poco conocidos.

Mientras desayuna, Andrew O’Neill se aviene a desgranar algunas de las razones por las que el heavy metal es la mejor música del mundo, aunque a menudo se empeñe en disimularlo.

«TE DA UN LUGAR EN EL MUNDO» / El primer contacto de O’Neill con el heavy se produjo gracias a la colaboración que Public Enemy, de los que era fan, hizo con el grupo Anthrax en la canción Bring the noise. «Me grabé el vídeo de la tele y lo vi cientos de veces». De ahí pasó a Metallica y ya no hubo marcha atrás: “«Ellos fueron mi droga iniciática». O’Neill se sintió especialmente atraído por el sentido de pertenencia que le brindaba el género. «El heavy es algo más que un estilo musical: es una manera de entender la vida, una forma de ser. Para un chaval, especialmente si tiene problemas de adaptación, eso es algo irresistible». Y, como toda subcultura, tiene su propio código de vestimenta. «Se puede amar el heavy metal y vestir como una persona normal -escribe-. ¿Pero por qué coño querrías hacer eso?»

Una de las cosas buenas del heavy, apunta O’Neill, es que nunca ha aspirado a la respetabilidad. «Es una forma de expresión artística que va a su bola». Eso ha mantenido el género fuera del radar de la crítica y alejado de los grandes medios de comunicación, pese al éxito que han obtenido algunas bandas. «Si lo piensas bien, el ascenso a la fama de un grupo como Metallica, surgido de la escena alternativa del metal extremo, es algo realmente muy extraño. Cuando el heavy ha intentado de forma deliberada ser cool, como ocurrió con el nu-metal a finales de los 90, ha sido un fracaso y una pérdida de tiempo».

Como toda comunidad con unos rasgos distintivos muy acusados, el heavy es una mina para el humor y la parodia. Y eso es algo que la parroquia metalera acepta con una deportividad difícil de ver en otras subculturas. «La gente del heavy metal tiene más sentido del humor de lo que se suele reconocer. Al fin y al cabo, todo ese rollo de ser más extremos que nadie lleva implícita una gran carga de humor». Eso es algo, admite, que tal vez no se pueda aplicar a la escena black metal noruega, más aficionada al suicidio, el asesinato y la quema de iglesias que a los chistes. «O quizá es solo que su sentido del humor es diferente al nuestro».

UNA EXPERIENCIA FÍSICA / Un concierto de heavy es, ante todo, una experiencia física. «Mi primer concierto fue uno de Fear Factory, en el London Astoria, en 1975. Me tomé una cerveza, me metí en el mosh pit y acabé vomitando. Fue una noche fantástica». De sus batallas en el mosh pit, O’Neill luce la medalla de dos incisivos rotos. «Si has tenido una semana de mierda, no hay nada mejor que desahogarte haciendo el cafre mientras tu banda favorita está en el escenario».

El heavy metal es un universo esencialmente masculino. «Hay pocas mujeres, y eso es un desastre -reconoce O’Neill-. Tradicionalmente en el género han predominado las actitudes machistas y eso ha provocado que las chicas no se sintieran cómodas». No es esa la única contradicción con la que tiene que lidiar. «Si pensabas que ser fan de Metallica era complicado, permíteme que te presente el embrollo moral que supone disfrutar de música hecha por un asesino de verdad», escribe. Se refiere al noruego Varg Vikernes, líder de Burzum, que fue condenado a 21 años de cárcel por matar de 27 puñaladas a un músico rival. «Que te guste Burzum. Eso sí es un movidón de la hostia».