El próximo domingo se celebra en la plaza del Pilar de Zaragoza la Lonja de Comercio justo. Una actividad solidaria y reivindicativa, que busca incrementar la presencia de este tipo de productos -café, cacao, chocolate, cuscús, entre otros, además de ropa, etc- producidos generalmente en lejanos países, que garantizan, gracias a diferentes instituciones -algunas dudosas, por cierto, pues todos se quieren sumar a las modas- el trabajo, la dignidad y los honorarios del productor.

Perfecto, hay que consumirlos, ya que, además, muchos de ellos provienen de agriculturas familiares, cooperativistas, etc., en países con arcaicas estructuras productivas, cercanas al feudalismo. Y así se contribuye a su desarrollo de forma sostenible.

Sin embargo, muchos de los solidarios consumidores de este tipo de productos, se escandalizan ante el precio de frutas y verduras procedentes de agricultores cercanos, sean o no ecológicos. El coste de producir alimentos no industrializados, sean vegetales, carnes y pescados, es más elevado que los procedentes de enormes granjas o intensas fincas intensivistas, cierto. Ahí está la gran distribución para modular precios y hábitos. Pero también saben diferente, mejor para muchos.

Y, no se olvide, al final los costes de transporte, emisiones, incendios, contaminaciones diversas, los acabamos pagando también. Solo que no a la hora de comprar el kilo de cinta de lomo o las judías verdes procedentes de Marruecos, sino en forma de impuestos en los presupuestos generales del Estado.

Seamos justos, pues, con los de fuera, pero también con los de aquí. Con quienes optan por servirnos leche fresca, con los que siguen arrancando espárragos aquí cerca, con esos irredentos que crían ganado en extensivo. Que, por otra parte, son los mismos que acuden a nuestros bares, compran ropa en nuestras tiendas y adquieren nuestros servicios. ¿Comercio justo? Faltaría más, pero tanto allá como aquí.