La trayectoria de un escritor como Pío Baroja (San Sebastián, 1872 - Madrid, 1956), solterón cascarrabias, de vida sedentaria y más bien aburrida, a quien apenas le han pasado cosas reseñables más allá de la escritura infatigable de novelas, quizá no parezca el objetivo más codiciado para un biógrafo. Pero para el catedrático aragonés de Literatura Española José-Carlos Mainer, que dirigió y prologó las obras completas del escritor y aborda ahora con Pío Baroja (Taurus) el que podría considerarse el estudio biográfico académico definitivo sobre el autor de El árbol de la ciencia, es, entre muchas otras cosas, una forma de conectar con las lecturas que le formaron cuando tenía 15 años. Es por eso que frente a otras biografías realizadas a la contra o directamente laudatorias el trabajo de Mainer, más equidistante, logra que los perfiles del autor sean "menos esquinados".

Como novedad, el profesor también ha tenido acceso a una documentación inédita como es el epistolario de la familia con el escritor durante la guerra civil mientras este permanecía en Francia, así como algunos textos posteriores a 1944, que arrojan otra luz a sus memorias. Además, el trabajo de Mainer trae nuevas interpretaciones a aspectos importantes de su vida y obra y derriba algunas consideraciones acuñadas hasta hoy.

AFABILIDAD. Las muchas antipatías que ha arrastrado Baroja parecen tener su origen más en "la explosiva contundencia de sus ideas" que en su trato personal. "Circula una imagen suya de insociable y no lo era en absoluto. Fue un hombre de tertulias, en las que jamás se imponía a sus contertulios".

NUNCA TOTALITARIO. "Se pasó la vida comprobando que el mundo iba a peor", un sentimiento que hoy parece mostrarse muy en sintonía con estos tiempos. "Es posible que este sea un buen momento para leerlo", conviene Mainer, "aunque su descontento sea una reacción personal y no un diagnóstico de la realidad". Cierto es que se trataba de un reaccionario, pero sus ideas estaban teñidas de un liberalismo heredado del XIX, del racionalismo ilustrado y del nihilismo. "Son tres tendencias que le impiden caer en la tentación del totalitarismo".

MISOGINIA. No tuvo reparo en confesar que el sexo era una enorme complicación aunque "optase por una vida familia en núcleo cerrado nada fácil". Dicho esto, Mainer no acepta la misoginia que suele atribuirse a un autor que "construyó personajes femeninos profundamente subyugadores". Incluso en una obra que, considera el profesor, puede convertirse en el álbum de recuerdos de un misógino como La sensualidad pervertida "están las más hermosas páginas de --tímido-- amor escritas por él".

ANTISEMITISMO. Ahí Mainer debe reconocer que el antisemita Baroja aceptó un prejuicio que arrastraron muchos de los escritores de su época. "El suyo no es un antisemitismo combativo, es más bien de opinión". Además, constata que "en Baroja no vuelven a aparecer expresiones antisemitas posteriores a 1945, cuando tiene noticia del Holocausto".

NACIONALISMO. Aunque no tuvo la menor simpatía por el nacionalismo, Baroja, curiosamente, "aporta una visión del País Vasco como visión estética, como potente imagen de una posibilidad de entender esa comunidad". Entre los nacionalistas vascos no hay medias tintas: o le odian o le reconocen como propio.

PERDURABILIDAD. Baroja fue un autor muy popular y leído en su momento, pero después de su muerte atravesó un cierto purgatorio del que ha regresado gracias a sus fieles. "Hay un círculo de barojianos que jamás han dejado de leerle. Autores como Benet, Vázquez Montalban, Castilla del Pino, Mendoza o Trapiello han sabido conectar con lo que el propio Baroja llamaba la sinceridad, ese arrebato de rebeldía soñadora, que lo hace tan atractivo a los jóvenes".