Si hubiera que encontrar un común denominador a ese puñado de historias digresivas que encierra esta novela mítica e inabarcable, ese sería el de las adicciones. El depresivo Foster Wallace mantuvo con los ansiolíticos y los Tofranil, Nardil o Xanax -las llamadas drogas del no sentir- una relación de tensa ambivalencia.

Después de haber leído a Bukowski y escuchado con atención a Bob Dylan, el madrileño intentó con esta novela -su primer gran éxito- escribir como se compone un tema de rock and roll. La identificación fue instantánea. La heroína -en su punto más álgido-, la coca y las anfetas terminaron de adobar el conjunto.

Un libro honesto y directo que explica cómo Carroll logró sobrevivir en las calles de Nueva York cuando era un adolescente colgado de la heroína. Su afición por la poesía y, especialmente, por el baloncesto lograron mantenerle a flote para acabar liderando una banda de punk gracias al apoyo de Patti Smith, que fue su gran amiga.

Uno de los libros más dolorosos de la ya de por sí depresiva

literatura americana. Selby (un adicto a los analgésicos a quien la tuberculosis había dejado con solo medio pulmón en activo) sabía de lo que hablaba y en su segunda novela con sus explícitas descripciones adictivas creó el reverso siniestro del sueño americano.

Gonzo, en términos jazzísticos, significa «tocar sin reglas» y así es como escribió Thompson uno de sus más celebrados reportajes. No importa que lo que relatase fuera verdad, lo que cuenta es la mirada inconexa y grotesca, hasta arriba de cocaína y pastillas, para alcanzar una verdad y dejar huella en aquel Viejo Nuevo Periodismo.

El gran profeta de las sustancias psicotrópicas se las sabía todas: morfina, heroína, ayahuasca y LSD. Sus obras lo atestiguan, pero es en esta novela sin argumento, pura digresión, donde levanta la catedral literaria del yonqui. Al igual que su protagonista, el autor también mató a su mujer en una noche de excesos.

El autor de ‘El maestro y Margarita’ fue médico rural y él mismo se recetó morfina para superar los dolores de la difteria. El relato es una perfecta descripción de las ensoñaciones de la droga y podría considerarse un caso clínico si no fuera por su carácter metafórico. Para el escritor ruso fue el cierre de su desintoxicación.

El autor de ‘Las flores del mal’, cumbre del romanticismo maldito, analiza en este ensayo el carácter destructivo de dos de las drogas más populares en la Francia del XIX, el opio y el hachís, que el poeta conocía bien. Frente a estas sustancias consideradas nocivas, Baudelaire opone los poderes animosos del alcohol.

El kilómetro cero de la relación drogas-letras lo marcan estas memorias elegantes y descarnadas en las que el autor británico utiliza su propio consumo de opio (entró para tratarse una neuralgia) como forma de autoconocimiento y, a la vez, un atrevimiento frente a los bienpensantes burgueses.

Aunque en su novela más popular, ‘Un mundo feliz’, las drogas son utilizadas para controlar a las masas, al autor británico le interesaba la mescalina como una forma de abrirse al misticismo. En los años 50, consumió sustancias psicodélicas bajo vigilancia médica y relató sus propias experiencias en este pequeño libro.