En octubre de 1917, los bolcheviques toman el poder «de algo que no existe, no hay Estado ni contrarrevolución, nadie defiende el orden». El catedrático de Historia Contemporánea turolense de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova, acaba de publicar La venganza de los siervos. Rusia 1917 (Crítica), obra en la que parte de que «no hay explicaciones simples para los grandes acontecimientos». Y es que lo que se conoce como Revolución Rusa no fue más que «un continum de revoluciones» simultáneas y superpuestas contra la autocracia zarista, el orden social y la guerra.

Las revoluciones de febrero de 1917 acabaron con la dinastía Romanov pero por entonces la masa popular era mucho más importante que los bolcheviques. Esa revolución de febrero le pilla a Lenin y a todos ellos fuera del país, también la guerra y «por eso no quieren hablar de ello», revela Casanova que va más allá: «La revolución no es un plan diseñado desde el principio por los bolcheviques. Sí es cierto que cuando regresa Lenin es el primero que se da cuenta de que la guerra va a echar abajo al gobierno y que, tras esto, vendrá la segunda revolución que tendrá ese alcance popular. El tercer aspecto del que se da cuenta Lenin es que la Rusia proletaria es fundamentalmente campesina», explica Julián Casanova. Y ahí es cuando irrumpe la revolución de octubre, a la que la guerra enciende, y que, en realidad, «no tiene Estado que derrocar, ya no lo hay». Llega el momento de la «revolución en nombre de los soviets ideada por Trotski que vio que si no se conquistaba el poder en nombre de ellos, en el del partido no se iba a poder», asevera Casanova.

LA REPRESIÓN / El resultado de aquello fue que los bolcheviques «se hicieron con todo el sector de los soviets pero, para ello, tuvo que utilizar la represión, porque aparecen también enemigos imprevistos como los campesinos a los que hay que requisar».

Es por eso que es el momento, dice Julián Casanova, «de que huyamos de las versiones que hasta ahora circulaban. La revolución pone a la luz sufrimientos y sueños igualitarios aunque desemboque en la martirización de la gente». Y es que todo este proceso de la Revolución Rusa estuvo acompañada «de una violencia tremenda que ya empezó cuando en 15 días se acaba con todos los símbolos del zar... y entre toda esa violencia ingente también hubo lugar para los gorrones que se aprovecharon de la situación», señala Julián Casanova antes de resaltar que los bolcheviques tenían claro que «había que bloquear y disciplinar, es un tiempo en el que se militariza la política. De 1914 a 1923 es un período lleno de armas...» El resultado es que, «cuando se levanta el telón de la guerra queda la violencia y no el sueño igualitario». En definitiva, se ha reconstruido un nuevo Estado cuando acaba la guerra civil en el que juega un papel fundamental «la burocracia, se ha creado un establishment nuevo. La dictadura no se podía levantar sin él, sin toda es gente que acaba trabajando para el Estado y que sustentan toda la estructura», razona Casanova. Y esa es también «la gran conquista bolchevique, que recompone el Imperio en cuatro o cinco años y eso crea estabilidad en Europa aunque pueda parecer lo contrario».

Desde aquel instante en el que los bolcheviques se hacen con el poder en Rusia se desatan las reacciones en Europa: «Se multiplican las expectativas de las clases desposeídas así como los temores espectaculares de la gente de orden. Desde entonces -insiste Casanova- nada fue igual. Apareció el nazismo, la Segunda Guerra Mundial tras la que Stalin a la hora de negociar pone millones de muertos encima de la mesa lo que le da una posición ventajosa».

Actualmente, ¿se podría repetir un proceso parecido? «Creo que el paramilitarismo ha pasado a la historia actualmente. Ahora hay sociedades civiles más fuertes aunque creo que todo el mundo estaría de acuerdo en que la versión triunfante de la democracia no es Putin o que la del capitalismo no es el Brexit o el capitalismo en Asia. La realidad es que hay más ecos de un pasado traumático que hace años», dice con rotundidad un Casanova que también manda un mensaje: «No es cuestión de menospreciar el pasado porque estamos hoy, pero hay muchas cosas en ebullición y no estamos ante la Rusia de Stalin pero sí ante un país que tiene una salida al Pacífico con la ventaja fundamental que eso supone con respecto a Europa porque allí está el capitalismo que dominará el mundo en los próximos 20 o 30 años».