Ninguno de los 14.000 espectadores que acudieron el pasado sábado a la actuación de Joaquín Sabina en Madrid se esperaba que el cantante pusiera en escena una versión de Pastora Soler. No se trató de ninguna adaptación musical, sino, más inesperadamente aún, de la forma con que el primo de Serrat justificó lo que nunca le había pasado en medio siglo de carrera: dejar un bolo a medias. "Me ha dado un pastora soler", dijo mientras se bajaba del escenario aguantando el sollozo al haberse sentido sobrepasado por las circunstancias, como ya le sucediera semanas atrás a la artista sevillana.

Para muchos, eso del miedo escénico no era más que una ocurrencia que acuñó Jorge Valdano para apelar al ambiente del Bernabéu en las remontadas europeas. Palmarés, una grada en ebullición e incluso el espíritu de Juanito para intentar amedrentar al adversario. La acepción resulta más difícil de entender al trasladarla a las tablas del escenario, con actores idolatrados por su público y cantantes arropados entre sus fans, jugando ambos en terreno propio, sin enemigos a batir, más allá de algún crítico obstinado. ¿De dónde surge entonces ese temor?

El psicólogo forense Bernat Tiffon advierte de que se trata de un diagnóstico "muy heterogéneo", pero que, a rasgos generales, se trata de perfiles con "rasgos neuróticos", que, pese a la aparatosidad del término, no deja de ser una cierta "inestabilidad emocional e inseguridad". Personas a las que les sobreviene una "ansiedad anticipatoria" en plena actuación, ante el temor de tener que afrontar alguna cuestión a la que no puedan responder. Una ansiedad que se agiganta en situaciones en las que "escapar o encontrar refugio puede resultar muy difícil", expone el psicólogo Jordi Bernabeu, recordando así la responsabilidad de actuar ante miles de espectadores, con todos los ojos puestos en una única figura.

PRESIÓN

José Vicente Pestana, profesor de Psicología Social de la Universidad de Barcelona, pide "no exagerar hablando de pánico", y menos aún al tratarse de una reacción emocional "que puede tener toda persona y por tanto cualquier profesional a lo largo de su carrera". La relevancia en los casos de Sabina y Soler llega por "el enorme grado de exposición que tienen" en los medios, de manera que "se amplifica la reacción". Pestana destaca que se trata de artistas consagrados, curtidos en las tablas, con una trayectoria dilatada que les aporta experiencia pero que también tiene un hándicap cuando, por el lógico desgaste, el artista ve cómo su motivación profesional y su propuesta creativa "acaban cediendo terreno a la presión del espectador".

De todas las formas, puede pasar a cualquier edad, como cuenta el músico aragonés Eduardo Paz, quien confiesa que siempre ha tenido un gran pavor a cantar en público: "Pero desde siempre, desde que era niño y mi padre me hacía subir al escenario de la parroquia para cantar. Era para mí una tragedia y siempre he sufrido muchísimo". Eduardo Paz asegura que la sensación es desconcertante: " Es algo no racional, una especie, en mi caso, de miedo al abismo". "Piensa --continúa-- que el de cantante es el oficio más exhibicionista que existe, sale desnudo al escenario y es muy comprometido, además también interviene la vanidad, el miedo a no quedar a la altura de lo que puede esperar la gente". Por eso, episodios como los de Soler o Sabina los considera algo "normal; quedarte bloqueado es posible".

Otro cantautor aragonés Joaquín Carbonell cuenta una mala experiencia en Buenos Aires: "Me puse nerviosísimo, no daba una, atacado, sin encontrar la cejilla que la tenía delante. Solo recuerdo que me haya pasado en esa ocasión", dice, pero si ha presenciado otros casos, como el de la oscense Ana Martín: "Cuando comenzábamos, solíamos invitar a Ana, pero sufría tanto que lo tuvo que dejar, pese a la excelente voz que tenía. Recuerdo que en Binéfar cantábamos en el teatro con ella y Labordeta: salí yo primero y ya le tocaba a Ana; le dio un ataque de pánico de manera que Labordeta le tuvo que soltar un bofetón. Se calmó y salió a cantar, pero ya no quiso probar nunca más en público".

El actor Joaquín Murillo, de Teatro Che y Moche, aporta otra perspectiva: "Más que pánico escénico son nervios, responsabilidad ante proyectos con una presión mayor como un estreno. El miedo a quedarte en blanco puede darse, pero la mayoría lo asumimos con cotas de normalidad. Pero es verdad que te estás examinando continuamente y no siempre te pilla igual en la vida".

Bernat Tiffon recuerda también la conveniencia de "contextualizar el momento vital" en el que se encuentra la persona. En ese punto coincide con el mánager de Sabina, José Emilio Navarro, que subraya que hacía cinco años que Sabina no actuaba en solitario en Madrid, su casa, y que los nervios le pudieron jugar una mala pasada.

Cara al futuro, Bernabeu habla del "locus de control", la capacidad de uno mismo para generar dominio ante situaciones que pueden acarrear efectos imprevistos. Y Tiffon revela la necesidad de que artistas que afrontan alto desgaste ahonden "en su autoestima".