Crecen sin avisar y las testas coronadas, de la noche a la mañana, se culminan con una arboladura semejante a un bosquecillo de felonías que, maduradas por el tiempo, bien regadas y con delicada poda y cuido, han dado en componer un vergel de mérito tal que el portador llega a ignorar la guirnalda de su infamia.

Tan campante las pasea como si fuese peso liviano, mas no se percata --incauto-- de que con las ramas denigrantes, el techo de la catedral va, raya que raya, rayando. Las trazas que su viaje marcan son el camino del buey, cuclillo, enastado, que dejan reguero de voces de sus vecinos rientes por la longitud de sus mástiles. Al final, un consejo: aunque picores sientas por toda la parte alta, si mellado te hallas y a comer te ayudan, nunca olvides las palabras de Juan de Tarsis Peralta, conde de Villamediana, que todo lo dejó escrito, con grande tino y en epigrama.

¡Qué galán que entró Vergel

con cintillo de diamantes!,

diamantes que fueron antes

de amantes de su mujer.