Este último libro de Marta Sanz se inscribe en el género de las confesiones o los testimonios y quien conozca su obra podrá pensar que enlaza con aquella Lección de anatomía fresca y desinhibida en la que practicaba una autopsia en carne viva de sí misma, sin deponer el sentido del humor ni perdonarse las trampas que se conoce bien. Pero esta Clavícula (Anagrama) no es una obra tan articulada como aquella ni responde al propósito de autorretratarse sin contemplaciones. Es la historia de un dolor inespecífico, desde que surge a bordo de un avión hasta que poco a poco se va retirando como si nunca hubiera estado ahí. Y entre uno y otro momento, una espiral de angustia, miedo, congoja y neurosis ante los síntomas alarmantes de lo que, en la mente de la narradora, adquiere la sospecha un mal agazapado y letal.

Mientras continúa con su agenda de escritora viajera (conferencias, mesas redondas), y con su cotidianidad conyugal y familiar, la enfermedad imaginada la sigue como una araña gigante que nadie ve salvo ella y que no hay modo de ahuyentar. Médicos, analíticas, espirometrías, escáneres, nuevos médicos, sin que se defina un diagnóstico que acabe con la incertidumbre. La escritora echa mano de la terapia más a su alcance: contar lo que le sucede, registrar las percepciones de su cuerpo, las variantes del dolor y su séquito de punzadas, ahogos, quemazones, consignar cómo su estado afecta a su entorno, succionando como un tornado casi todo lo que está próximo...

Escribir sobre lo que duele ya no es una frase ocurrente, sino la exacta descripción del contenido de esta crónica de una perturbación destinada a exorcizar la ansiedad pavorosa. Sanz se ausculta obsesivamente, sin serenidad pero con una notable habilidad para distanciarse de sí misma y observarse desde fuera con un sentido autocrítico en el que caben la crudeza y la ironía. Desde esa mirada externa, reconoce su perversidad y egoísmo, la pequeña extorsión sentimental que ejerce a su alrededor.

Esta odisea somática y mental se narra en un texto previsiblemente fragmentario, puesto que corresponde a los apuntes cotidianos donde la escritora hace el seguimiento de su estado. Son apuntes del natural, en los que penetra el ruido ambiente y las menudencias del día a día de una escritora atribulada por la menopausia y unas molestias súbitas que no concibe otra escritura autobiográfica que la que prescinde de los filtros del pudor y la metáfora. Puede resultar chocante el grado de exposición de la intimidad mental y corporal, sentimental y económica, pero este aparente exhibicionismo es también una reacción crítica contra la figura pública del intelectual, impoluta, apolínea, casi descorporeizada y arrancada de su condición de trabajador remunerado. Así, Clavícula es además una rectificación de esa imagen: el escritor posee un cuerpo sujeto como todos a su deterioro fisiológico, posee unas necesidades económicas que tiene que subvenir a veces multiplicándose (ocurre en el cuento que se incrusta en el libro) y sabe que el horizonte de su jubilación es harto incierto. Esa es la clave reivindicativa de esta Clavícula.