Se conoce como milagro de Dunkerque a la campaña militar que, durante la segunda guerra mundial, consiguió evacuar de la costa de Francia a más de 300.000 soldados aliados que habían quedado acorralados por el ejército alemán. Se conoce, pero quizá no lo suficiente (la película previa en torno al mismo evento, dirigida por Leslie Norman en 1958, ha sido poco vista). Y ese es uno de los motivos que llevó a Christopher Nolan a rodar Dunkerque, por otro lado una película poco pedagógica o historiográfica.

«No tienes que saber nada sobre Dunkerque para disfrutar de ella», recuerda el actor Fionn Whitehead, quien debuta en el cine como el joven soldado británico Tommy. Tampoco sabrás mucho sobre Dunkerque al salir de ella. Pero sabrás qué significaba ser un joven soldado en los años 40 y cómo es sentirse cercado por un horror que te supera. A su propia, sensorial manera, Dunkerque es un manifiesto antibélico tan poderoso como Sin novedad en el frente, el clásico de 1930.

Explicaciones geopolíticas, las justas. Lo importante aquí era plasmar las emociones de los soldados aliados. Solo las suyas: no se ve al enemigo y tampoco se le humaniza. Conceptualmente, el filme de Nolan se parece menos a otros filmes bélicos que a una obra maestra del siglo XXI como Monstruoso: sitúa al espectador en el mismo centro de la pesadilla, en el ojo del huracán y sin poder escapar, sin más información que las propias víctimas del suceso sobre lo que está pasando.

SEÑAS DE IDENTIDAD / Según Whitehead, rodar la película fue «increíblemente exigente en el plano físico»; a veces «decididamente claustrofóbico». «Me sentía intimidado por la escala de todo, el tamaño», añade. Otros dos actores de la película, Jack Lowden (el piloto de la RAF Collin) y Barry Keoghan (George, joven a bordo de una de las Pequeñas Embarcaciones que cruzó el Canal al rescate de la BEF), tenían algo más de experiencia con el entorno bélico: habían coincidido antes en el reivindicable thriller sobre el IRA ’71.

Es la primera vez que Nolan toma como base un hecho real. Los elementos fantástico-sobrenaturales brillan por su ausencia. Sin embargo, algunas de las más claras señas de identidad del autor siguen ahí, como esa mirada subjetiva o impresionista y su obsesión por retorcer y expandir el tiempo. Se puede decir que Dunkerque entrecruza tres historias basadas en otros tantos elementos (tierra, aire y mar), pero igual de importante es el elemento temporal: cada una de esas historias sucede en un margen temporal distinto, a saber, una semana, un día y solo una hora.

Las películas de Nolan se caracterizan, además de por sus juegos temporales, por la minuciosidad. ¿Recuerdan la pared llena de libros del cuarto de la hija de Matthew McConaughey en Interstellar? Cada tomo se escogió uno a uno. En esta ocasión hubo que construir telares para fabricar un tejido clavado al de los uniformes históricos. Reconstruir el espigón donde se desarrolla gran parte de la acción en su ubicación original. Instalar cámaras dentro de la cabina del Spitfire para que el espectador pudiera ver las cosas desde la perspectiva del piloto.

La atención al detalle llega a lo más minúsculo. Harry Styles, nos pone un buen ejemplo: «El primer día de rodaje salí nervioso a darlo todo y lo primero que me dijo Nolan fue que llevaba los cordones mal atados, que los soldados británicos se ataban los cordones de otro modo».