Los tipos que cometieron el robo al banco Loomis Fargo en 1997 eran estúpidos, pero seguro que ninguno de ellos llevaba un peinado a lo príncipe de Beukelaer, ni se pegó un tiro en el trasero, ni se hizo caca de forma violenta en una piscina. Son aderezos que De-mentes criminales aporta libremente mientras evoca el suceso. El relato de aquel atraco habría funcionado de maravilla por sí solo como materia prima de una comedia salvaje, pero esta película parece menos interesada en recrear las páginas de la historia que en hacer dibujos de pichas en sus márgenes. Se contenta con encadenar gags sobre bigotes exagerados y chorros de crema vaginal lanzados a la boca mientras apenas finge dirigir nuestras simpatías hacia su protagonista.

Doce años después, el director Jared Hess trata de reciclar parte de la singular excentricidad de aquel debut, aunque en su mayor parte De-mentes criminales privilegia el slapstick facilón y los chistes de retrete. Hess parece no darse cuenta de que las pelucas raras y los disfraces estúpidos son más divertidos si el contexto del que forman parte posee algo de verosimilitud. N. S.

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