Donna Tartt (Misisipí, EEUU, 1963) es una escritora rara. Con solo tres novelas publicadas --El secreto (1992), Un juego de niños (2003) y ahora El jilguero-- está considerada una de las mejores autoras de su país. Escribe a mano, siempre grandes volúmenes, y nunca tarda menos de 10 años en acabarlos, pero se convierten en best-seller en cuanto llegan a las librerías y la crítica compara su pluma con la de los grandes novelistas del siglo XIX. El jilguero, que acaba de editar Lumen, relata en 1.100 páginas las andanzas por Nueva York, Las Vegas y Amsterdam de un adolescente que queda huérfano, pero con una valiosa pintura antigua en su poder. Ante las voces que señalan el libro como el primer clásico del siglo XXI, su autora, menuda y ligera, pero de mirada penetrante, se encoje de hombros y justifica su éxito por la pasión con la que vive su oficio.

--Dicen que El jilguero tiene ecos de Oliver Twist y Breaking Bad. ¿Qué opina?

--Lo de Breaking Bad me hace gracia, pero no veo la conexión, más allá de que algunos personajes de mi novela también anden con drogas. En cambio, Oliver Twist sí fue un libro muy importante para mí. Me halaga que me comparen con Dickens. Devoré sus obras siendo una cría, su literatura forma parte de mí desde antes de hacerme escritora.

--La obra recorre la vida del protagonista desde los 13 años hasta que cumple 23. En ese tiempo se cruza con un plantel variado de personajes, pero todos parecen marcados por un destino del que no pueden librarse. ¿Qué quería contar?

--Al final del libro hay una reflexión que resume el mensaje que subyace en él: con frecuencia nos dejamos guiar por aquello que nos atrae, a sabiendas de que nos matará. Todos nacemos bajo el influjo de una estrella. Hay quien se entrega a ella y quien se dedica a vivir en su contra. El verdadero drama humano, que es el que atrapa a todos los personajes del libro, consiste en esa duda: seguir nuestro destino o revelarnos contra él.

--Una reflexión muy profunda.

--Esta ha sido mi novela más filosófica. Contiene mucha acción, pero los personajes establecen a menudo diálogos muy profundos. La ficción, como demostró Albert Camús, es un buen sistema para reflexionar.

--El protagonista vuelve a ser un adolescente, como en sus otras dos novelas. ¿Qué hay entre usted y esa edad?

--Creo que se debe a que me inicié en la literatura siendo una cría. Conservo frescas las inquietudes que tenía a los 13 años gracias a los diarios que escribí entonces. Quizá también influye que no tengo hijos. He visto a algunos amigos míos olvidándose de sus adolescencias al hacerse padres. Yo tengo muy presente esos años.

--¿Por qué escribe a mano?

--También tiene que ver con la edad en la que empecé a escribir. Me acostumbré a trabajar a mano y luego, cuando aprendí mecanografía, probé a escribir a máquina, pero vi que las palabras no me salían igual. Pienso mejor cuando escribo con la mano derecha.

--¿Por eso tarda tantos años en terminar sus obras?

--Sí, necesito mi tiempo, no puedo hacerlo más rápido. La actuación de una bailarina dura solo unos minutos, pero detrás hay muchos meses de ensayo. Yo funciono igual. En ese tiempo pasan muchas cosas. Escribir una novela obliga a atravesar continuos cruces de caminos que no te esperas, pero es bueno que sea así.

--¿Se considera una artesana de la literatura?

--Totalmente. Me gusta cuidar los detalles, soy muy minuciosa. Escribo frase a frase, palabra a palabra, midiéndolo todo mucho. A veces, para encontrar la frase justa, necesito escribir varias páginas. Mis libros son como enormes mosaicos hechos a base de pequeñas teselas, pero cada una de ellas la trabajo al detalle.

--Los libreros suelen colocar sus libros en el estante de los best-sellers. ¿Qué opina de la mala fama de esta etiqueta?

--Me parece equivocada, porque, si se fija bien, las grandes obras de la historia de la literatura fueron todas best-sellers. Al menos, en la tradición inglesa. Piense en Hemingway, en Dickens, en tantos otros. No todos los libros que se venden en masa un año son grandes obras y perduran en el tiempo. Pero todos los que se convirtieron en clásicos, contaron con el respaldo del público.

--¿Entonces?

--Lo importante no es vender mucho, sino perdurar en el tiempo. Prefiero tener un lector que se siente realmente conmovido por mi libro que reunir a mil que no profundizan en él.