A partir de una dura experiencia personal, el realizador francés Robin Campillo construye en 120 pulsaciones por minuto una oda al activismo y a la movilización social, la de unos jóvenes que en los años 90 se unieron «para sobrevivir» al sida.

No se trata de dar consejos, sino de mostrar cómo un hecho negativo, como fue la epidemia del VIH sirvió para crear un movimiento que tenía mucho de festivo, reflexiona el cineasta en una entrevista con Efe. «Por eso éramos fuertes políticamente, porque nos sentíamos legítimos en nuestra lucha y porque éramos felices y la gente lo veía», recuerda Campillo, que formó parte de esa ola de solidaridad que surgió en el seno de la asociación Act Up, que buscó y logró que el Gobierno francés de François Miterrand y los laboratorios farmacéuticos facilitaran el acceso a nuevos medicamentos.

Una lucha que muestra una película que se estrena hoy y que se llevó el Gran Premio del Jurado de Cannes con una historia coral protagonizada por un grupo de jóvenes actores entre los que están Adèle Haenel, Arnaud Valois, Antoine Reinartz o el argentino Nahuel Pérez Biscayart.

Lo que le interesaba a Campillo era la relación entre el colectivo y lo íntimo, mostrar esa especie de comunión a la que llegaron los miembros de aquella asociación y que les llevó a una intensa movilización que sería difícil de ver hoy en día, reconoce el director del que es su tercer largometraje.

EXPERIENCIAS PERSONALES

A él llegó a partir de sus colaboraciones como guionista de la mano de Laurent Cantet -como El empleo del tiempo (2001) o La clase (2008)- a quien conoció en la Escuela Nacional de Cine de Francia. Fue poco antes de que la epidemia del cine aterrorizara a los jóvenes homosexuales como él.

«Cuando la epidemia empezó en 1992, estaba aterrorizado. Yo era un joven gay de 20 años y me di cuenta, al menos es lo que decían los medios en Francia, que la mayoría de los homosexuales y toxicómanos íbamos a morir de esa enfermedad», relata Campillo.

Entonces entró en Act Up y comenzó a colaborar creando carteles y participando en manifestaciones. Y eso le permitió respirar y reinventarse.

Desde hace mucho quería contar en pantalla las experiencias que vivió en aquella época activista, pero no lograba encontrar la historia ni el modo de narrarla visualmente. «Fue hace poco cuando fui consciente de que debía escribir sobre que en esa época éramos actores de la epidemia», explica Campillo, para quien ese fue el punto de partida para construir una historia que necesitaba de un grupo de actores que reflejaran aquel espíritu.

PROTESTA Y DIVERSIÓN

«Una de las razones por las que queríamos sobrevivir es que éramos jóvenes para divertirnos, para ir de fiesta, para el sexo... Queríamos sobrevivir para eso, no para buscar un trabajo». Y eso es lo que Campillo quería mostrar en su película, una batalla pero también una época de la vida, la juventud, con todo lo que ello conlleva. De ahí que en el filme convivan las reuniones de activismo, los actos de protesta y la diversión. Y lo más importante para contar la historia como quería era encontrar un conjunto de buenos actores, que tuvieran química entre todos. Por eso tardó nueve meses en hacer el cásting, pero encontró el equipo perfecto.

Tanto, que la película ha tenido una una enorme repercusión. «Creíamos que era una película pequeñita para un público muy reducido, pero no es así. Pasamos por todos los arcos sociales, políticos y culturales, no hay un perfil de público, es muy transversal».