-¿De verdad se despiden de los escenarios?

-El tiempo pasa y nuestro tipo de teatro exige un esfuerzo físico que no sabemos si seremos capaces de mantener. Aunque todo el mundo nos dice que estamos estupendos y en plenas facultades, preferimos retirarnos nosotros antes de que nos digan que no podemos seguir haciendo lo que siempre hemos hecho. Y también tenemos ganas de hacer otras cosas que hemos ido haciendo siempre en paralelo, direcciones, producciones… y hacerlas con tiempo como las hace todo el mundo, con tranquilidad y sin sufrir de agobios de trenes, horarios… No es un adiós definitivo porque siempre estaremos dentro del mundo del espectáculo pero, al menos, como los artistas pueden irse y volver cuando les dé la gana, de momento lo dejamos.

-Y lo hacen con una gira larguísima. ¿Es el último regalo a su público?

-Bueno, la gira es casi como la de siempre, cada espectáculo lo giramos unos cuatro años y este sí es verdad que quizá lo estiramos un poco más porque vamos a sitios a los que nunca habíamos ido. Aunque, vaya, para nosotros no estamos haciendo una gira de despedida pero probablemente lo sea. No tenemos esa sensación de ir dejando teatros y no volver a pisarlos jamás porque estaríamos deprimidos todo el día.

-¿Tiene vigencia el humor blanco en esta actualidad cuanto menos extraña en la que estamos instalados?

-Creo que el humor blanco es el que tiene más espacio siempre porque es el humor puro, el que satiriza es muy puntual que muere al día siguiente y si no tienes la referencia a la que satirizas igual ni te hace gracia. En cambio, el humor que hace gracia porque es absolutamente universal es el más difícil de hacer. A este se le llama peyorativamente blanco como si fuera un humor fácil cuando yo creo que es todo lo contrario, sacar humor de la nada es lo más complicado del mundo, meterse con alguien es muy fácil.

-¿Cuántas horas hay detrás de cada sketch?

-Depende un poquito de todo… Hay sketches que son de horas, días y meses y nunca acaban de arreglarse y hay otros que lo contrario. Nuestro sketch mítico, el que nos abrió la puerta de todo, el de Julio Iglesias, no tardamos ni un cuarto de hora en hacerlo. La flauta suena a veces por casualidad y esto ya forma parte de la memoria colectiva. Hay otros en cambio que son más complicados porque hace falta mucha más sincronía, si hay aparataje la cosa se complica mucho más porque ya no solo depende del actor. En cualquier caso, me remito a una famosa anécdota de un pintor que estaba en la calle y dibuja un boceto muy bonito. Un señor lo quiere comprar y le pide 1.000 euros. «Pero si lo ha hecho en un minuto». «No, perdona, en 30 años y un minuto». Es decir, a veces las cosas son fáciles porque llevas mucho tiempo picando en la piedra.

-Uno de sus primeros bolos fuera de Cataluña fue en Zaragoza si no me equivoco.

-No uno, ¡el primero! Fue un bolo muy divertido. Nos pagaron 30.000 pesetas que si no hubiésemos sido pobres las tendríamos enmarcadas. Me acuerdo que llegamos después de un viaje eterno porque teníamos una furgoneta de quinta mano que le habían puesto un freno motor y no pasábamos de 80. Llegamos, dejamos la furgoneta y nos fuimos a comer algo pero a la hora de pagar nadie tenía dinero. Tuvimos que llamar a Pirula Ariza para que nos adelantase dinero del bolo para poder pagar la comida.

-¿Cómo ha sido la selección de sus mejores números para Hits?

-La selección ha sido difícil porque tenemos diez horas de espectáculo y todas son o buenas o muy buenas. Lo mejor nuestro son, generalmente, los números a tres pero, claro, todos no pueden ser de tres porque tenemos que cambiarnos. Lo que hemos hecho es colgar 40 sketches en nuestra web y el público de cada localidad vota y nos orienta sobre lo que quiere ver. Luego hay también una parte fija, por ejemplo, el final que son casi 20 minutos de una concentración masiva de gags hiperrápidos. Todos son sketches que han cambiado muy poco porque el humor blanco si está bien hecho y va al centro de la persona sigue impactando como Shakespeare.

-¿Técnicamente tampoco hay cambios?

-Hay un número de ejecutivos en el aeropuerto que, claro, en aquel momento, en el año 84, lo más era tener un fax. Ahora si sacásemos un fax la gente diría «qué aparato es ese». El fax ha sido sustituido por los teléfonos móviles.

-¿Les preocupan los límites del humor?

-Si la piel tan fina que estamos teniendo últimamente se afina todavía más, pues nosotros también caeremos dentro de estas críticas porque tenemos muchas cosas. Si la gente quiere molestarse tiene opciones para hacerlo de cualquier cosa. Pero no hay que olvidar que el humor es el humor. Por eso, los bufones podían decir todo lo que querían porque era humor y por eso, en el carnaval, se pueden decir cosas porque es humor y está la veda abierta. El humor es humor, hay que tomárselo así y es solo un espejo de la realidad. Muchas veces sirve para cambiarte si tienes buenas orejas y ojos.

-Y es un arma poderosa...

-Claro, porque te pones delante de la realidad y lo que nadie se atrevía a decirle al rey lo dice el bufón que tiene bula. Lo que pasa es que ser políticamente correcto hace mucho daño, va contra el humor que siempre es incorrecto en mayor o menor mesura.

-¿Qué le parece el público de Zaragoza?

-Llevamos yendo toda la vida aunque sí que es un público que tarda en llegar, la primera semana no se decide aunque siempre acabamos llenando. Al principio, solo van los incondicionales porque los que no son tanto tienen que confirmar que seguimos en plena forma.