El frío matinal y las previsiones de posible lluvia obligaron ayer buscar un techo en el que resguardarse para realizar el pregón de la XIV edición de la Feria del Libro Viejo y Antiguo de Zaragozam que permanecerá en la plaza Aragón hasta el 8 de abril. Una cita que augura buenos presagios y que, precisamente las inclemencias del tiempo, «serán las que nos jueguen una buena o mala pasada», decía ayer Pablo Parra, presidente de la Asociación de Libreros de Viejo de Zaragoza (Alvada), entidad organizadora del evento.

Así, en un restaurante situado detrás de las casetas, el catedrático de Historia Antigua Guillermo Fatás resumió al público asistente un denso pero ameno y didáctico pregón de 12 páginas, en el que realiza en seis «microrrelatos», como él los definió, un recorrido por el interés que el libro antiguo ha suscitado a lo largo de la historia con ejemplos concretos. Eso sí, no sin antes tomar el testigo de Pablo Parra, que en la introducción del acto calificó la celebración de ferias del libro «tanto de libro viejo como de nuevo», como «una fiesta», más en este tiempo «en el que todo el mundo nos pregunta si el libro electrónico no va a echar al papel a un lado». La celebración de estas ferias parece demostrar por el interés de los lectores que a los libros tradicionales todavía les queda recorrido. Para Fatás no hay duda: «el libro electrónico es útil -reconoció-, pero es inodoro e insípido, y a mí me gusta tocarlos y olerlos», señaló.

Ya metido en el pregón, recordó que «el libro antiguo se ha valorado desde que hay memoria de las bibliotecas». Inició este recorrido histórico explicando que si bien la Biblia se ha tenido siempre como paradigma del libro más antiguo, en el siglo XIX se descubrió una tablilla en que se contaba la historia de Ziusutra, un Noé sumerio, y que puede fecharse con anterioridad al 2.500 AC. Habló de libros perdidos y recuperados, como la Constitución de los atenienses, de Aristóteles; de los ptolomeos y atálidas como buscadores de libros antiguos por el valor que les daban; del negocio, inmemorial de la falsificación de estas obras antiguas; de los libros sibilinos, preciado bien del estado romano e incluso de un libro tan antiguo como falso, el Necronomicón, que ha tenido supuestamente numerosas versiones a lo largo de los tiempos cuando en realidad es un invención desarrollada en 1927 por H. P. Lovecraft. Lo que da idea del juego que los libros antiguos han dado a la historia de la humanidad y, sobre todo, del amor y el interés que su posesión ha suscitado siempre.

Quizás por eso, el presidente de Alvada, Pablo Parra, insistía después en recalcar la labor que una feria como la que ahora se celebra en Zaragoza realiza en favor de conservar este legado bibliográfico. «Los libreros de viejo recuperan esos libros que de otra forma se perderían y en esta feria, al traerlos a Zaragoza, colaboran a que ese patrimonio, además, se quede en la ciudad».

una labor poco reconocida / Parra espera que la feria tenga un balance positivo, a tenor de cómo se ha desarrollado en los últimos años: «No estamos como antes de la crisis, pero nos hemos recuperado bastante. Además, hay un público nuevo, de entre 30 y 40 años, que supone un relevo generacional en el coleccionismo», apuntaba. Otro dato sintomático de lo asentada que está la feria, que ha llegado a su edición número XIV es «que las librerías siguen viniendo, repiten en esta plaza, lo que deja claro que no les va mal, si no, no volverían».

En este sentido, el presidente de los libreros de viejo hacía hincapié en la importancia de esta cita para la ciudad, «pues además de su relevancia cultural, las gentes de la librerías también hace vida y consumen en la ciudad; creo que no se valora bien la labor que la Feria del libro viejo hace por la ciudad y por la promoción de la lectura», concluye.