Para Sebastián Lelio, el Oscar a la mejor película de habla no inglesa viene a ser un broche de oro. Ya hace un año que presentó en la Berlinale Una mujer fantástica, retrato de una mujer transgénero que sufre el rechazo social tras la muerte de su amante, y desde entonces no ha dejado de ganar premios gracias a él.

-Considerando la triunfal trayectoria seguida por ‘Una mujer fantástica’, ¿cómo mantiene usted los pies en el suelo?

-A decir verdad, trato de no pensar en esas cosas porque se escapan de mi control. Siempre he pensado que es un poco raro que las películas compitan entre sí. Dicho esto, sería muy arrogante fingir que no me siento muy orgulloso, y muy agradecido.

-¿Qué le llevó a hacer una película sobre el asunto transgénero?

-Mi primera intención no fue esa. La idea inicial surgió de una pregunta: ¿qué pasaría si la persona a la que más quieres se muere en tus brazos, y esos brazos resultan ser un lugar terrible donde morir porque pertenecen a alguien rechazado y marginado? Me interesaba interpretar a un personaje que fuera repudiado por todos menos por un perro, porque los seres humanos en realidad somos menos humanos que los perros. Inicialmente, sobre la causa transgénero yo era un ignorante, no sabía más que clichés.

-La película, por el contrario, los esquiva todos.

-En todo momento supe que quería huir de esa imagen del travestido que tiene tatuajes cutres hechos en la cárcel y se pasea por la vida con los tacones rotos y el vestido hecho jirones y apestando a alcohol. La película no va de eso.

-¿De qué va?

-Su tema de fondo es muy sencillo: que todos tenemos el control sobre nuestras vidas y nuestra identidad, y nadie puede arrebatarnos eso. Dicho esto, no es un drama social ni un musical ni un melodrama ni un thriller, pero tiene un poco de todos esos géneros. Es una película que, como su protagonista, busca su propia identidad. Una película transgénero.

-Cuando empezó a escribirla, ¿imaginaba que llegaría a conectar tanto con el ‘zeitgeist’?

-No, el brexit y Donald Trump y el auge de la extrema derecha vinieron cuando ya tenía el guion escrito. Pero supongo que tanto esas cosas como mi película son producto de un clima social específico. Se nos ha enseñado que nuestra empatía termina donde terminan nuestro territorio, nuestra raza, nuestra religión y nuestra ideología. Y eso es terrible. La protagonista de mi película mira al espectador a los ojos y le pregunta: «¿Qué sientes al verme?». Y estoy contento porque, con su aplauso, el público ha demostrado que es capaz de empatizar con ella.

-Su película inmediatamente anterior a esta, ‘Gloria’, también estaba protagonizada por una mujer. ¿Es una coincidencia?

-Me siento inclinado a contar historias de mujeres y examinar la psicología y las emociones femeninas, pero no sabría explicar muy bien por qué. El cine fue inventado para explorar la humanidad en todos sus formatos y configuraciones, pero en la práctica ha sido víctima de los efectos colaterales de 4.000 años de visión patriarcal y falocéntrica del mundo. Hacer filmes sobre mujeres es casi una actitud política.