Deep Purple nunca ha sido una banda de heavy metal, sino de hard rock, pero es en las sucesivas generaciones metálicas donde más se ha apreciado su influencia. Comenzando por la New Wave of British Heavy Metal que, en los 80, extremó y aceleró el legado de los británicos, y llegando hasta los diversos ismos del género; el metal con prefijos como speed, power, prog e incluso thrash.

La generación de Iron Maiden, Def Leppard, Saxon, Diamond Head, Tigers of Pan Tang y otras bandas tenía en el altar a los autores de Smoke on the water. Ritchie Blackmore inspiró a una legión de guitarristas, desde el casi clon Yngwie Malmsteen a Joe Satriani pasando por Chris Impellitteri o el llorado Randy Rhoads.

El thrash marcó distancias con el virtuosismo, pero, aunque los grupos lo disimularan, el influjo seguía ahí. Lars Ulrich (Metallica) se estrenó como espectador de conciertos de rock viendo a Deep Purple a los 9 años, y no hace mucho se ofreció para suplir a Ian Paice. Una banda extrema como Sepultura dispone de una versión, sucia y atronadora, de Smoke on the water. En el metal clásico, han tomado nota del legado de Deep Purple grupos como Dream Theater o los barrocos Stratovarius y Sonata Arctica.

Revisiones, por lo general, exageradas y sobreactuadas de aquel sonido hard rock. A través de sus supuestos descendientes, es fácil deducir que Deep Purple fue una banda excesiva o wagneriana, un retrato que resulta desenfocado. La generación grunge se fijó más en Black Sabbath, sobre todo Nirvana, pero Soundgarden lució sutiles credenciales purple en sus discos. En España, hay huellas en la Banda Trapera del Río y en la psicodelia de Sex Museum. Pero, de nuevo, arrecian los homenajes en las filas metálicas: de Barón Rojo a Mägo de Oz; de Saratoga a Rata Blanca. Muy pocos han homenajeado a Deep Purple con fidelidad a su sonido. Pero nadie elige a sus hijos.