Rememorando el cierre de los Cines Elíseos de Zaragoza en 2014, José Ignacio de Diego ha escrito una novela de tono lynchiano en la que su protagonista, un torturado proyeccionista enfermo de cáncer, reflexiona sobre el legado histórico y la creación de contenido original como objetivo vital mediante la revisión de sus recuerdos y su memorias mas íntimas.

—¿Qué ha perdido Zaragoza con el cierre del cine Elíseos?

—Ha perdido una memoria que de normal en otras ciudades se puede encontrar fácilmente. El cierre de estas salas individuales supone la pérdida de un símbolo, como cuando el Real Zaragoza bajó a Segunda División o como cuando se perdió la urbanización del paseo Sagasta o del Camino las Torres.

—¿Somos propensos en Aragón a deshacernos de nuestro patrimonio?

—Yo no diría propensos, sino que más bien nos hemos acostumbrado a ser unos perdedores. La historia de Aragón es una historia de continuas derrotas, empezando por la pérdida de los fueros, pasando por nuestro idioma y llegando hasta nuestra continua pérdida de masa de población. Estamos en nuestra pequeña zona y manejamos nuestra identidad, y parece que últimamente nos estamos concienciando de ello. Sin embargo tardamos mucho en ponernos a recuperar; al final ese tipo de iniciativas se quedan en lo folclórico. Creo que todos deberíamos pensar en las herencias que dejamos.

—Las salas de cine tienen ahora un enemigo a batir. ¿Qué opina de Netflix?

—Estamos inmersos en una guerra de formatos. Mi hija por ejemplo consume películas en su ordenador y lee libros en su móvil. Pero esto no es algo que se limite a las nuevas generaciones. Yo me he encontrado con personas de 30 años que me han dicho que sin Netflix no podrían vivir, principalmente porque te permite enlazar un contenido tras otro y pegarte enganchado fácilmente tres o cuatro tardes. Ellos son una plataforma privada y están en su derecho de publicar su contenido. Su producción es soberana.

—Y no solo contenido propio, recientemente Netflix está distribuyendo películas inicialmente concebidas para ser proyectadas en salas comerciales, como ‘Annihilation’ de Alex Garland.

—No estoy al corriente de ese caso, pero de todas formas ese tema ofrece un debate interesante. No hay más que remitirse al último festival de Cannes, en el que Pedro Almodovar vetó una producción de Netflix dado que no se había estrenado en salas de cine.

—Un debate en el que participó el director británico Christopher Nolan, que indicó que su película ‘Dunquerque’ estaba realizada en IMAX precisamente para solo ser correctamente visionada en la gran pantalla. ¿Cree que ese podría ser el futuro del cine?

—Creo que es una estrategia muy válida. Vi Dunquerque y me pareció una gran película visual, y la verdad es que no me la imagino viéndola en la televisión. Podría, pero no quiero.

—Los cines Elíseos fueron además la sede de la Filmoteca y del cineclub de Zaragoza. ¿Se está perdiendo la función social de las salas de cine?

—Yo he vivido esa experiencia tan presente en las películas de Fellini de estar en una sala de cine con gente comiendo, fumando y hablando. En esos cineclubs que comentas se formaban debates tras las proyecciones y ofrecían ciclos en los que sabías que existía un criterio detrás de la elección de películas. Ahora ese valor se ha perdido y muchas veces la gente va al cine para pasar el rato sin saber lo que está viendo.