Berta Vias Mahou se acerca a la misteriosa vida de la fotógrafa Vivian Maier de la que se sabe tan poco que no se han conocido sus fotos hasta que después de su muerte alguien encontró sus negativos y los empezó a revelar.

-¿De dónde surge acercarse a Vivian Maier?

-Fue un encargo de la editora de Lumen, Silvia Querini, que leyó un artículo de Muñoz Molina en el 2014 poco después de que salieran las películas sobre su vida. Ella leyó la frase de que la vida de Vivian Maier «es una novela con todas las páginas en blanco» y eso para un editor es un cebo tremebundo y pensó quién podría escribirlo. Habló conmigo, el personaje me fascinaba y aunque me daba un poco de apuro por la fama que estaba adquiriendo, enseguida me di cuenta que iba en la línea de cosas que yo había hecho porque abordaba la identidad, el éxito y el fracaso.

-¿Tardó en encontrar el tono, esa segunda persona que se utiliza en el libro?

-Salió de manera espontánea. Es una voz un poco incómoda para una novela de 200 páginas por lo que enseguida paré para reflexionar un poco pero me di cuenta de que me permitía ser muy intimista y al mismo tiempo tener distancia. Como me identificaba mucho con ella, yo quería tener esa distancia y, al mismo tiempo, también la tenía ella. Rememora su vida, la cuenta como si se la contara a sí misma, al lector y a mí pero al mismo tiempo es como si yo le hablara a ella, entonces seguí adelante con el tono. Va muy bien con esa visión que tiene el fotógrafo que está viendo todo por el obturador y por el visor.

-¿Era también una excusa para reflexionar sobre el mundo del arte?

-Sí, quería ir en la misma línea de mi libro del torero (Yo soy el otro)… Son profesiones que dependen de la opinión pública y son muy similares entre sí, incluso con la de un escritor. Tienen que enfrentarse al público y se encuentran en situaciones parecidas. Vivian Maier creo que así como el torero solo quería triunfar, es un personaje único porque lo último que quiere es triunfar.

-¿Eligió el fracaso?

-Sí, va en la línea de autores que a mí me gustan mucho y siempre he tenido en cuenta, por supuesto Kafka, Robert Balzer, Pedro Casariego Córdoba... Escribían pensando más en la posteridad que en el público actual y Vivian Maier tiene mucho en común con todos ellos. Por eso me atrajo tantísimo.

-¿Ella era consciente de la calidad de sus fotos?

-Estoy convencida de que sí, es imposible que no lo fuera. Ella es autodidacta, aprende a hacer sus fotos viendo el trabajo de otros fotógrafos y entre sus pertenencias en el guardamuebles había muchísimos libros, que eran biografías de fotógrafos contemporáneos. Ella tenía que ver que estaba haciendo algo muy similar. Hay una carta que le escribió a un hombre que tenía una tienda de revelado pidiendo que si se podía encargar él de hacerle el revelado y le pone al final, «estoy haciendo cosas nuevas y sé que no están nada mal». Es decir, una manera muy fina de decir que estaba haciendo cosas buenas.

-¿Tiene algo que ver el que fuera mujer para que no saliera a la luz su trabajo?

-No, porque en ese momento tienes un montón de fotógrafas como Dorothea Lange, Diane Arbus... Son mujeres que van a la universidad, que tienen becas, en Nueva York la única galería de los 50 la pone y la lleva una mujer. La diferencia entre estas mujeres y Vivian Maier es que Vivian no fue a la universidad, fue una chica que empezó por su cuenta y fue autodidacta. Con ese silencio tiene mucho que ver probablemente su temperamento y que también tuvo alguna experiencia traumática y eso es una cosa que he querido reflejar en el libro a través de los niños que cuida. Era una persona que no buscaba el éxito, apenas publicó en vida, como Kafka que le quitaba el libro de las manos al editor.

-Sus imágenes también tienen ese punto de querer encontrar su lugar en el mundo.

-Va en la línea de lo que hemos hablado antes. Era consciente de su valor y de alguna manera esas sombras, reflejos y autorretratos son sus firmas. Esa obsesión que tenía por guardar todo en las casas a las que iba y luego en el guardamuebles, no es un síndrome de Diógenes, ¿por qué las guarda? Con el libro quiero dejarla por encima de sus descubridores. Ella deja un cebo, una luz, para que algún día se descubran todas sus cosas. Me gusta pensar eso.

-¿Cómo ha sido el trabajo de acercarse a ella?

-El acercamiento básico fue a través de las fotos, por eso son tan importantes en el libro. Hay cuatro libros publicados de fotografías suyas, dos no tienen ni pie de fotos ni nada pero los otros dos sí tenían textos interesantes. También he visto las dos películas que salen personas que la conocieron y luego tuve la suerte que me llegó una biografía de una profesora de Chicago que para contrastara bien los datos es muy útil. Y luego también consulté libros de fotografía en general. Hay que tener en cuenta que yo no quería hacer una biografía, quería hacer una novela y dejar volar la imaginación pero sí me preocupaba que lo que contara fuera al menos verosímil. Sé que ella llevó a los niños al colegio en una camioneta de lechero y que los niños no lo olvidaron en la vida y a partir de ahí construyo un capítulo entero. También ella, como yo, estaba loca por los cementerios y por los funerales así que poco a poco vas dándole esa verosimiltud pero las conversaciones son prestadas, por eso se llama también Una vida prestada.