Combinando desde joven sus estudios de periodismo con sociología, a Teresa Viejo siempre le llamaron la atención las historias amorosas truculentas, algo que queda patente en sus ensayos y novelas. Ahora estrena Animales Domésticos un intenso viaje psicológico hacia la mente de la víctima de una infidelidad.

—‘Animales Domésticos’ gira en torno a una infidelidad, pero no como ‘thriller’ sino como aproximación psicológica ¿Por qué?

—Una infidelidad es como una pérdida o como un suceso traumático, a priori parece que solo tienes que olvidarlo, pero para nada. La victima tiene que decidir qué hacer ante la infidelidad, ¿Desea conocer qué sucedió o las motivaciones que lo provocaron? ¿Quizá ambas? Y una vez que se tenga ese conjunto de información tiene que decidir qué hacer, usarlo o desprenderse de él. En esta novela he tratado de sumergirme en los procesos más complicados, o al menos los menos transitados. Después de años escuchando decenas de testimonios de amigas que han pasado por esto, he visto de todo.

—Abigail, la protagonista de su novela, decide investigar la infidelidad convirtiéndose en una especie de espía en su propia casa.

—Todos nos reconocemos curiosos pero muy pocos nos reconocemos morbosos. Ella es curiosa y morbosa, y lo reconoce, invita al lector frente a la caja de galletas y le incita a cogerla. Al principio pensaba que todo el mundo aceptaba la invitación, pero me he dado cuenta de que hay mucha gente que rechaza el ofrecimiento.

—¿Comparte el morbo de su protagonista?

—Los cierto es que sí soy algo morbosa con lo que se refiere a las historias truculentas. En la vida real me gustan las historias muy tranquilas, pero para escribir, las historias truculentas son muy motivadoras. Puede sonar un poco egoísta, pero yo escribo para conocerme a mi misma y al otro, y eso solo puedes conseguirlo en las tesituras difíciles, en los dilemas y en las encrucijadas.

—En toda su novela no aparece ni un solo ‘smartphone’ ¿Quería ponerle las cosas difíciles a Abigail?

—Se trata de un pequeño truco de narradora, ya que era muy consciente de que todo el andamiaje que había construido en torno al misterio de la infidelidad en la novela se venía abajo con la presencia de smartphones. Necesitaba un teléfono móvil que tuviese información, pero no tanta, de modo que decidí ambientar la novela diez u doce años antes, aunque he de decir que eso apenas se nota, es una novela contemporánea.

—¿Se están sexualizando las redes sociales?

—Estamos perdiendo la sofisticación de la seducción, que tiene unos pasos marcados y nos los estamos saltando. Ahora las apps buscan sexo puro, y cuando quedas con alguien no tienes la necesidad de seducirle porque sabes que te lo vas a llevar a la cama. Mientras los dos lo tengan claro no hay problema, pero casi siempre suele haber problemas de sintonía. Eso plantea un problema muy serio respecto a cómo vamos a envejecer, ya que podemos convertirnos en un país de viejos solitarios, como los suecos. Las sociedades están diseñadas para compartir y convivir, e incluso para compartir costes. ¿Se imagina un futuro en el que cada individuo tenga su propia casa con su propia calefacción y su propio gasto eléctrico? Sería inviable.

—¿Habría que prescindir de esas aplicaciones?

—No se trata de prescindir de ellas, sino de que planifiquemos nuestra vida y que sepamos cómo nos estamos relacionando con el resto de seres humanos. El amor no requiere tanto entusiasmo como destreza, y le ponemos enorme entusiasmo y ninguna voluntad de trabajar ese amor. Pensamos que lo mejor del amor es el comienzo y en realidad el amor es lo que viene después del comienzo, y si entendiésemos de verdad la raíz del amor entenderíamos que en realidad todo va de intentar sanar las heridas de la otra persona. En cambio enfocamos el amor desde el ego y la cuestión capital es la satisfacción que me da el otro. Error. ¿Qué satisfacción das tú al otro? Luego las mujeres se quejan de que no hay hombres disponibles y los hombres de que no hay quien entienda a las mujeres.