A menudo me preguntan cuál es la novela que más veces he leído, y es a distancia El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell. ¿Seis, siete, ocho veces? No lo sé, pero el caso es que siempre, a cada nueva lectura, he descubierto algo diferente en las páginas de los cuatro libros que componen el Cuarteto, Justine, Balthazar, Mountolive y Clea, nuevos matices en sus múltiples personajes, otras maneras de entender las relaciones entre ellos.

Decía Turgenev que el arte del novelista se reduce en el fondo a crear personajes y lograr que estos se relacionen entre ellos, y no otra cosa es lo que hace Durrell en la mítica Alejandría donde Nessim, Darley, Mnemjian y el resto de sus inolvidables caracteres trenzan sus vidas alrededor de la pasión de amar.

En la línea estética del Cuarteto, José Luis Galar presenta esta tarde en el Museo Pablo Serrano su nueva novela, La obsesión de Mauricio Sinclair (Prames). Un ejercicio singular de exhibición literaria en el que el autor acredita su buen gusto a la hora de enhebrar tramas complejas.

Que aquí, en la línea esteticista de Durrell y de otras referencias que Galar no oculta en absoluto, como El Gatopardo o Retorno a Brideshead, de Lampedusa y Waugh, respectivamente, se torna, con respecto a sus anteriores tramas de acción, más cuidado, preciosista, incluso, de manera que su lectura, subrayada por una marcada línea poética, se enriquece con un amplio vocabulario y variedad de figuras y construcciones gramaticales, dentro de la accesibilidad y linealidad de un texto fácil de asimilar.

El arte y la pasión amorosa descansarán, como en el Cuarteto de Alejandría, en la base del trío pasional imaginado por Galar entre un artista en busca de inspiración y un matrimonio muy especial, el compuesto por Mauricio y Clara Sinclair, vecinos del pintor en un paradisíaco paraje de mar, cielo y soledad. Claudia, trasunto de Justine, devorará la ansiedad del pintor y, como el gran personaje femenino que es, la novela entera con una presencia al mismo tiempo espiritual y animal, magnética, en cualquier caso, como el erotismo, como ese destino cuyas pulsiones representa o interpreta al albur del deseo ajeno. De ese amor irreal y profundo surgirá un mensaje de pureza frente a la fealdad del mundo contemporáneo, un lamento por la belleza perdida y un grito para combatir la vulgaridad con las armas de la escritura.