Aerolito extraño, como la habría definido Jacques Rivette, en el cine británico contemporáneo, Lynne Ramsay propone en su último filme una especie de revisión más austera y cruda de Taxi driver de Martin Scorsese.

No es un remake ni una variación o reinterpretación. Tampoco hay redención calvinista en su texto. Ramsay es aún más epidérmica que el director de Malas calles. De ahí la perturbación de En realidad, nunca estuviste aquí: todo resulta más inquietante con menos elementos. Paroxística, muy violenta, pero de otra manera a cómo entiende y plasma la violencia el cine estadounidense, quizá desconcertante, transgresora.

Es la historia mínima de un exmarine, Joaquin Phoenix, dedicado a su cruzada personal. De día intenta evitar sus pesadillas recurrentes, flases atronadores en los que aparece, entre vista, la violencia salvaje que ejerció su padre cuando era niño. Vive de manera aislada y solitaria, agarrado al mundo a través de su madre, otro personaje desconcertante en un mundo en permanente equilibrio.

De noche, y a veces de día, salva y libera a mujeres, adolescentes o niñas explotadas sexualmente. Lo hace con un martillo que compra para cada ocasión: atávico con convicción. El último cometido le enfrenta a una dura realidad: debe rescatar a la hija de un político sin saber de las perversiones de ese mismo político. La corrupción de menores, presentada de forma lacerante, es el trasfondo para un vía crucis personal nada alejado de Martin Scorsese y Paul Schrader, pero planteado en otros términos. Destaca la banda sonora, el protagonista y la puesta en escena. QUIM CASAS

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En realidad, nunca...

Lynne Ramsay