Alejarse de la sombra paterna no es fácil; eso es casi tan cierto en el caso de Rodrigo García, hijo de Gabriel García Márquez, como en el de Jesucristo. En su nueva película, Últimos días en el desierto, García precisamente imagina un pasaje durante el tránsito por el desierto de quien se convertiría en Mesías para reflexionar sobre relaciones paternofiliales y otros asuntos muy humanos.

-¿Por qué decidió hacer una película sobre un asunto tan delicado como Jesucristo?

-Sinceramente, no sé de qué órgano de mi cuerpo surgió el impulso de hacerlo. Una y otra vez me decía a mí mismo que era una idea descabellada, pero no me la podía quitar de la cabeza.

-‘Últimos días en el desierto’ habla menos de la fe cristiana que de las relaciones entre padres e hijos.

-Está claro que si Jesucristo aparece en tu película, tu película trata de Jesucristo te guste o no. No hay forma de aislar al personaje del cristianismo. Ahora bien, casi todo el cine que se hace sobre Cristo es fiel a los evangelios, y se centra en la fe, y se alinea con el cristianismo de línea dura. Yo, en efecto, he preferido hacer de otra cosa: hablar de padres e hijos, sí, pero también preguntarme por el destino, y por si somos dueños de nuestras vidas o nuestro camino está escrito de antemano.

-¿Cuál es su propia relación con el cristianismo?

-Crecí en México, en general un país profundamente católico. Mi padre era un ávido lector de los evangelios y me transmitió ese interés. Y la historia de Jesús, el misterio de Cristo, siempre me ha fascinado.

-¿Cuál fue el mayor reto que afrontó al acercarse a ella?

-Me pregunté: ¿cómo represento lo divino? ¿Cómo dramatizo a Dios? Comprendí que eso es del todo imposible. No hay forma de representar lo divino con seriedad. Mi única opción era explorar el lado humano de Cristo, lo que lo asemeja a usted y a mí mismo: sus inseguridades, sus dudas, sus miedos.

-Volviendo a las relaciones entre padres e hijos, es un asunto que a usted siempre le ha interesado.

-Los hijos quieren crecer y ser independientes, y sus padres casi siempre quieren lo mismo; pero al final uno nunca puede dejar de ser hijo de su padre o padre de su hijo. Yo me llamo Rodrigo pero toda mi vida seré hijo de Gabriel.

-Otras constantes en su cine son el intimismo y el minimalismo narrativos. ¿Se siente más cómodo trabajando a pequeña escala?

-Sin duda. Muchos directores, en cuanto tienen éxito, quieren hacer películas más grandes. Yo suelo decir que soy muy japonés. Me fascinan los calígrafos japoneses, que pueden pasarse la vida trabajando en un mismo carácter kanji, buscando el trazo perfecto.