Los tres autores defienden la necesidad de que la revolución sea «repensada» prácticamente en su totalidad. Su planteamiento: incluir 1917 entre las «revoluciones de la Belle Époque», de 1868 a 1917, dar una relevancia crucial al factor militar, analizar las decisiones de los revolucionarios basadas menos «en la teoría política que en la improvisación», valorar la importancia de la contrarrevolución y considerar como asunto central no cómo los bolcheviques tomaron el poder sino «cómo lo mantuvieron».