L a noticia tuvo el efecto de un latigazo. De repente, había que comenzar a hablar en pasado de Daniel Viglietti en Uruguay, Argentina, en América Latina y más allá. Porque Vigliettti, voz esencial del canto popular de esta región, autor de algunas de las canciones que formaron parte de la banda sonora de una época, los años sesenta y setenta, en especial, y, además, guitarrista extraordinario, falleció el lunes a los 78 años. Su vida cesó mientras era sometido a una intervención quirúrgica en la capital uruguaya.

Había nacido en la capital, Montevideo, en 1939. El cuerpo del autor de El chueco Maciel fue velado en el Teatro Solís de Montevideo. Viglietti creció en un mundo atravesado por la música. Su madre, Lyda Indart, era pianista y César Viglietti, su padre, guitarrista como el abuelo de Daniel, y a la vez reconocido investigador de la música popular uruguaya. Desde siempre navegó entre dos aguas, la académica y la que, dijo el diario El Observador, brota de la tierra misma. Estudió el instrumento con uno de los maestros y compositores más relevantes de América Latina, Abel Carlevaro.

Pronto entendió que esos saberes y técnicas no eran propiedad exclusiva de lo que se puede entender como la música clásica. Lo ayudaron mucho el descubrimiento, al otro lado del Río de la Plata, de Athaualpa Yupanqui, y, también los estremecimientos de la historia.

Al despuntar la década del sesenta, y el giro político y cultural que supusieron para la región los acontecimientos en Cuba, el joven Viglietti no dudó: lo suyo sería el escenario, pero para cantar y decir las nuevas verdades sin renunciar a lo heredado. La guitarra se colocó al servicio de lo que en América Latina se llamaría la Nueva Canción. A desalambrar, Gurisito, Milonga de andar lejos, Yo no soy de por aquí, llegaron a través de esa voz grave que podía ser ardiente e íntima.

música y letra / En rigor, Daniel Viglietti se pensó a sí mismo como alguien que era más que un cantante de emergencia. Un intelectual que canta. Intervino en la docencia, la radiofonía y el periodismo. Sus artículos aparecieron nada menos que en Marcha, la revista que dirigió Alfonso Quijano, tuvo a Juan Carlos Onetti como secretario de redacción y donde Ernesto Guevara decidió publicar en 1965, a modo de larga carta, su ensayo El socialismo y el hombre en Cuba.

En la revista Marcha escribieron también autores como Mario Benedetti, Ángel Rama, Mario Vargas Llosa, y otro de los grandes referentes de la música uruguaya y regional, Coriún Aharonián, recientemente fallecido.

La tensión entre letra y música lo llevó a ir más allá de su propia inventiva y trabajar con poemas de Nicolás Guillén, Federico García Lorca, Rafael Alberti, César Vallejo y Benedetti. Después del golpe de Estado en Uruguay, y una escandalosa estancia en prisión, inició en 1973 un largo exilio que terminó 11 años más tarde.

Por entonces, se pensaba ya que Viglietti que era historia cantante de la cultura uruguaya. Su voz era reconocible de inmediato. Su estampa, también. Nunca quedó circunscrito a lo que se llamó canción de protesta. Viglietti era mucho más que eso. Grabó con Joan Manuel Serrat, Víctor Jara, Amparo Ochoa, Isabel Parra, Alí Primera, Chavela Vargas, entre tantos.

El Teatro Solís se abarrotó de gente. El expresidente uruguayo José Pepe Mujica fue uno de los que se acercó a despedir al viejo conocido. «Ahora tenemos mucha música, mucho ruido. Y vale: el ruido también entretiene. Pero no es lo mismo una música con mensaje permanente, importante. Por eso hago votos, porque a pesar de todos los desastres de la humanidad, creo en el hombre. Y habrá chiquilines Viglietti que aparecerán para llenar ese escenario vacío. Es un día triste, y lo que podemos hacer es tratar de remover dentro de nosotros lo mejor que nos haya quedado de él».