Con la muerte de Mariano Esquillor, a los 95 años, se va una de las voces más importantes de la poesía en Aragón --y seguramente no sólo en Aragón-- del siglo XX. Dotado de una irrefrenable originalidad, Esquillor labró a lo largo de los años una obra admirada por muchos pero ignorada también por otros tantos, que probablemente vendrán ahora a sumarse a quienes lamentan su desaparición. Esta es una de las paradojas de un hombre que supo pulsar cada palabra para hacer que el lenguaje trascendiera sus límites en cada línea que escribía, ya fuera verso o prosa.

Mariano Esquillor fue el escritor secreto que publicó más de veinte títulos y el autor prolífico que sin embargo guardaba aún innumerables inéditos; el octogenario que salía poco de la Casa Amparo --donde vivía desde hacía muchos años-- y el jovial anciano con el que siempre podías quedar en un bar cercano, por lo menos mientras la salud se lo permitió; el amigo generoso con el que mantener una enriquecedora charla sobre poesía y el poeta que de pronto se mostraba cauto y receloso de compartir sus versos.

Pero fue también el creador de imágenes de una terrible belleza visionaria, el surrealista desatado con los pies siempre en la tierra; el autor de poemas de amor arrebatado, de versos repletos de una religiosidad laica, de amistad, de soledad, de luz y de plenitud por la existencia.

Su trayectoria vital y poética lo hizo compañero de varias promociones de poetas: por edad era coetáneo --incluso mayor-- de la de Niké, y tuvo relación con algunos de ellos; pero otras generaciones fueron llegando, y Esquillor ya se encontraba ahí, ejerciendo sin proponérselo el magisterio de quien es un gran poeta y no le hace falta dárselas de ello, porque son sus versos los que demuestran su verdadera calidad. Un huracán de sol