Hacía 12 años que una enfermedad neurodegenerativa afectaba al escritor y diplomático y mexicano Sergio Pitol. En el 2005, cuando apenas se habían presentado los primeros síntomas de la afasia que ha acabado con él a los 85 años en su casa de Xalapa, capital de Veracruz, Pitol recibía el Premio Cervantes. El galardón, paradójicamente, situaba en el centro a un escritor que voluntariamente siempre se quiso excéntrico. Un autor para unos pocos al que le daba un cierto pudor publicar.

También ha sido uno de los más modernos porque pese a que sus libros, exquisitos, beben de la tradición más clásica, de los griegos, de Montaigne y de la literatura rusa, nunca se ajustaron a las reglas de los géneros y ya mezclaban, cuando no era tan usual, ensayo, anécdotas, lecturas y fragmentos, todo ello aliñado por su gusto y su vocación por los viajes. Fueron esos viajes los que lo convirtieron en ciudadano del mundo y no lo devolvieron a su realidad mexicana hasta sus últimos años.

El arte de la fuga, uno de sus mejores y más característicos textos, da cuenta de su querencia viajera. En el magnífico libro de memorias El viaje da cuenta de su pasión eslava. Pitol empezó a publicar relatos a mediados de los años 50 y algunos de los más apreciables están en Nocturno de Bujara reeditado por Anagrama como Vals Mefisto. Pitol desarrolló una mirada alegre y grotesca para observar el mundo y la realidad de su país le dio material con creces. De ahí su trilogía de novelas carnavalescas El desfile del amor (1984), Domar a la divina garza (1988) y La vida conyugal (Premio Herralde de novela, 1991), satíricas y disparatadas.