Sin darse apenas cuenta, Lara Moreno (Sevilla, 1978) empezó a escribir Piel de lobo (Lumen) con la vaga intención de construir una historia familiar y se encontró afrontando la certidumbre de que pisaba ese terreno siempre resbaloso para una escritora que es haber hecho, precisamente, una historia de mujeres. Eso es su última novela, el reencuentro de dos hermanas a las que une y separa un secreto compartido, revelado después de que unas, madre de un niño, acabe de separarse. Y ahí estaba la autora, teniendo que justificarse que tenía todo el derecho no ya a escribir una historia dirigida a las mujeres, sino más bien una profundización de los sentimientos femeninos en un entorno doméstico. «El tema de fondo es el de los abusos en la infancia y quería contar que ese tipo de cosas suceden en familias aparentemente normales y aun así siguen siendo el terreno en el que se construyen las identidades sin que trascienda. Quería contar que todavía en la actualidad el abuso sigue siendo un tabú, y la crianza, una selva».

La violencia explícita y salvaje también acaba revelándose aquí y el libro da cuenta de cómo esta sale a flote, cómo se esconde y cómo se elabora. «El título lo explica. La violencia no es un lobo disfrazado de cordero, es un lobo con su piel y sus colmillos, pero incluso así se deja pasar. Nadie te protege de esa violencia porque está tácitamente establecido que forma parte de la construcción de esta sociedad», se lamenta.

A vueltas con los tópicos, Moreno, madre de una niña de 5 años, ha tenido que bregar también en su novela con la maternidad, concepto sobre el que cada vez es más aceptado que se proyecten sombras. «Pero Sofía, mi protagonista, no es una madre arrepentida o una malamadre, como irónicamente se las llama ahora, ella está más bien en conflicto consigo misma. Lo que sí sucede es que pone el foco donde no es. Se preocupa por no dar a su hijo azúcar refinado y no se da cuenta de que le falta algo más básico que es su compañía». Eso es para la autora un signo claro de los tiempos. «Nosotros crecimos en casa de padres ausentes y madres presentes y ahora nuestros hijos están creciendo en casa de padres estresados. Es simplemente una esquizofrenia distinta».