Leer a Ignacio Martínez de Pisón siempre me lleva a sentirme afortunado. Cada nuevo libro suma razones para esperar con entusiasmo el que habrá de venir después. Así lo siento yo y así lo sienten los míos: los que compran literatura y la devoran sin dejar de disfrutarla. En este reciente viaje que supone Derecho Natural, editado por Seix Barral, he mirado hacia atrás sin ira, recorriendo una trama a la que no le falta detalle y admirando el oficio que hay en cada página, en cada párrafo, en cada frase. Es justamente eso lo que hace que en ocasiones como esta narrar en minúsculas se convierta en arte con mayúsculas.

UN RECORRIDO QUE HABLA SOLO / Sé que no estoy descubriendo nada. Cualquier persona que abrace una obra suya sabe muy bien a qué me refiero, y es evidente que su recorrido hasta hoy habla por sí solo. Y queda mucho, seguro. Pero me place repetir que la escritura a veces es poderosa, y en manos de este autor supone un estímulo continuo. Es la auténtica grandeza de los libros, siempre alcanzada por quien está detrás dándoles forma. Leer con el deseo de seguir y el malestar de terminar es un lujo, para quienes estamos delante recibiendo el resultado final, que hay que agradecerle a los grandes creadores, capaces incluso de enseñarnos mucho de nosotros mismos a través de sus recursos. Y ese amor hacia los libros contagiado por ellos ya no se va nunca.

La fórmula clásica del planteamiento, nudo y desenlace aquí queda lejos porque esta es una historia de continuidad, una muestra de vidas que venían de algún sitio y que seguirán discurriendo hacia adelante. Es un mundo que cobra imagen y voz, un espacio y un tiempo a los que resulta placentero asomarse. Desde el primer instante, y de la mano de un narrador que vive a la vez que cuenta, lo que le convierte en cómplice y confidente, los lectores entramos y nos convertimos en testigos privilegiados. Y no nos deja salir porque poco a poco nos sabemos parte de esa familia protagonista, de sus idas y venidas en una época dorada en la que lo que permanecía también mudaba aunque no quisiéramos darnos cuenta. La novela transcurre entre Madrid y Barcelona durante las décadas de los setenta y de los ochenta. Los acontecimientos que ocurrieron entonces le dan enorme fuerza a la ficción, en la que tanto me he reconocido. Los personajes son de esos que se añaden al grupo de inmortales que tenemos archivados en nuestra mente, porque caigan mejor o peor, tienen vida propia, como si en ningún momento hubieran necesitado a un escritor que les diera voz. Es el milagro de la creación. Con el paso de los años, evolucionan, y los encuentros y los desencuentros que les toca asumir abren otros tantos caminos por los que transitar. Los momentos dramáticos se alternan con los cómicos (incluyendo imitaciones hilarantes del cantante del momento), que no buscan estridencias sino sonrisas espontáneas. Las referencias a la música y el cine, tan importantes para los que éramos entonces unos chiquillos, también están presentes de una manera continuada, con guiños que se reciben con íntima satisfacción.

Derecho Natural es una novela estupenda que se lee con atención. Hay que pararse de vez en cuando a soñar lo leído porque hay mucho de ello que todavía permanece archivado en el subconsciente desde que lo vieron nuestros propios ojos en vivo y en directo. Cuando leo ficción ambientada en estos años suelo tener la sensación de que no se logra transmitir la esencia. Con los libros de Pisón me ocurre lo contrario hasta tal punto que incluso lo que es pura invención suya también recuerdo haberlo vivido. Eso sí que es ser preciso y utilizar las palabras exactas. Eso sí que es escribir con mayúsculas.