DIENTES DE LECHE

AUTOR José Moñú

LUGAR Sala CAI-Luzán

FECHA Hasta el 16 de abril

Los artistas de la era líquida, asevera el sociólogo Zygmunt Bauman, se centran en acontecimientos pasajeros, que se sabe son efímeros. Saben que el arte como acontecimiento, no ya el arte como obra, concluirá pronto. Todo es prescindible y fugaz; todo tiene fecha de caducidad. Como la caja de leche que Miguel Frago ha diseñado para el cartel y la cubierta del catálogo de la exposición de José Moñú (Zaragoza, 1981) en la sala CAI-Luzán. Y como la propia pintura de Moñú, recién hecha y fresca. El espectro de lo superfluo, anuncia Bauman, se cierne sobre el mundo líquido-moderno, cuyo constante fluir no tiene otro propósito que seguir moviéndose y es entonces, anuncia Anthony Bryant, cuando la imagen de la fluidez acaba topándose con la turbulencia. El gran enigma, por impredecible e incontrolable.

La acción física es lo importante en la pintura de José Moñú; por supuesto, más que la imagen de la que parte, una imagen siempre dada de antemano, una convención que le permite irrumpir violentamente en la mesa de operaciones que es el espacio del cuadro para destripar los mecanismos convencionales determinados por las relaciones que se establecen entre el dibujo, la pincelada, la mancha, el goteo, la calidad de las texturas y el color. Aunque sin voluntad de socavar el papel que a cada uno le corresponde. El dibujo limita y delimita la imagen, la pincelada establece los contornos estables que serán contaminados, que no eliminados, por los efectos controlados de manchas y goteos, las texturas acentúan la urgencia de espontaneidad y el color emerge grosero en su fluir caudaloso y caníbal. Falta notificar la importancia de los títulos en los cuadros de José Moñú: Sombrerero loco, Presentador de telediario, Que viene el coco, Tormenta eléctrica, Perro estrellado, Mosquito a las tres y cuarto o Esperando una hamburguesa de dos pisos. Mientras, todo estalla en líquido en Calor en la terminal. Títulos para rostros desencajados y espasmódicos, de nariz, boca y cuello deformes y ojos con órbitas voladoras incapacitados para ver y desde luego para pensar en lo que hacen. Prima la acción. Una acción cuyo motivo es precisamente el argumento que le distancia de la obra de aquellos artistas a los que Moñú cita y revisita en su pintura: Bacon, Saura, De Kooning o Basquiat; no se olvida de Goya. Aunque de aquellas maneras, la huella pictórica de todos ellos está presente en el impulso que guía la acción pero no en la acción misma, ni tampoco en los resultados. Moñú elige la ironía teñida de cierto tono surreal para los títulos de sus cuadros como un mecanismo que le permita activar la imagen pintada; no le interesa la crítica, y lógicamente menos todavía el dolor y la visión pesimista que guiaron la action painting de los expresionistas abstractos. Ya lo advirtió De Kooning: "El contenido es un atisbo".