Hay dos formas de abordar desde la escritura crítica el concierto que ese sabio alquimista de la música llamado Franco Battiato ofreció el sábado en Pirineos Sur: desde la exigencia de lo que podríamos llamar perfección interpretativa, o desde la perspectiva de contemplar la reelaboración de un repertorio abordado con unos delicados 71 años. Yo opto consciente y deliberadamente por la segunda opción, pues asumiendo que el estado de la voz de Battiato no es el de antaño, su capacidad de seducción sigue intacta.

Y no nos engañemos: aunque el italiano ofreció un repertorio que pretendió ser un percorso por gran parte de su carrera, no hubo en su actitud un ápice de nostalgia; lo que apreciamos fue mucho talento para reformular las canciones sin que perdieran la esencia primigenia, y, sí, tal vez algunos errores evitables, pero comprensibles por la intención de agradar a un público que en su juventud disfrutó con canciones como Vogio vederti danzare.

Esa pieza, esperada, sí, pero alejada de los tiempos medios que marcaron la actuación, puso a Battiato en un compromiso, casi cuando ya se despedía, pero salvo esa canción, y tal vez la algo deslavazada Cuccurruccuccu, el resto del programa, con todas las carencias vocales que se quiera, destiló intensidad y elocuencia. Battiato, sentado como un visir sobre una tarima alfombrada, fue desgranando composiciones como L’ombra della luce, Le sacre sinfonie del tempo, Fornicazione-no time no space, Povera patria, L’animale, Un irresistibile richiamo, una singular La canzone dei vecchi amanti, La stagione del amore, Gli uccelli, Prospectiva Nievsky, La cura, Il treni di Tozeur, L’era del cinghiale bianco, Io sono, Le nostre anime, las dos mencionadas… Un Battiato en lucha contra sus carencias y su estado (la noche era agradable pero confesó que tenía frío), pero inmenso en la búsqueda del sentido de unas canciones irresistibles. Bien acompañado, eso sí, por Carlo Guaitoli (piano), Angelo Privitera (teclados y sintetizador) y los miembros del Novo Quarteto Italiano: Alesandro Simoncini (violín), Luigi Mazza (violín), Demetrio Comuzzi (viola) y Luca Simoncini (cello).

Y retirado ya Battiato a sus aposentos, el Bosnio Bozo Vreco, una maravillosa anomalía en el territorio de la música sevda, uno de los folclores urbanos más apreciados en los Balcanes. De voz mágica y cautivadora, disidente, además, de género y sexo, Vreco aborda la esencia de las canciones sevda independientemente de que hayan sido escritas para hombres o para mujeres. Armó su repertorio con canciones como Aladza, Elma, Sahtijan, Pandora y Pustinja, todas ellas de Pandora, su segundo disco en solitario, además de piezas más antiguas y una revisión de la conocida Dzelem, Djelem, una composición de aires gitanos del serbio Zarko Jovanovic. Ofreció un concierto en dos tiempos: en solitario, a capella o con una base programada, y acompañado por dos músicos flamencos de Huesca: José María Jiménez (guitarra) y Jesús Bautista El Patas. Probablemente, con más preparación y encuentros prolongados, la fusión sevda-flamenco dará buenos resultados; el sábado fueron discretos, por lo que uno se queda con esa primera parte de Bozo, solo en escena, hurgando en sus sentimientos y en su arte infinito.