La periodista Cristina López Schlichting se atreve con la novela por primera vez a sus 52 años. Tras una larga trayectoria entre artículos, reportajes o entrevistas, presenta Los días modernos (publicado por Plaza & Janes Editores), la historia de una niña de 10 años en los últimos coletazos del Franquismo.

-Usted quería escribir ficción desde hace mucho tiempo, ¿por qué ahora es el mejor momento?

-Porque ha sido el único, yo he sido reportera para los diarios ABC y El Mundo, he dirigido programas de radio, he tenido tres hijos y tengo una niña acogida, entonces no he hecho más que criar y trabajar, y cuando he llegado a la cincuentena por fin he sacado algo más de tiempo. Yo siempre he escrito, como todas las personas que nos dedicamos a esta profesión. Escribes cuentos, ensayos, artículos… Pero la arquitectura de una novela exige un tiempo que yo no había tenido.

-¿Tiene algo de novela histórica?

-Es cierto que reproduce un entorno de 1975 (abarca de enero de 1975 a enero de 1976), pero yo creo que, primero, más que histórica es vintage, y segundo que es una novela de iniciación, refleja la entrada de una niña en el mundo adolescente, y que lo mismo podría haber tenido lugar hace mil años, que dentro de mil años. Amelia, la protagonista, es una niña que cree en el mundo tal y como es, objetivo, ordenado, obvio, y que de repente levanta los faldones de una mesa y descubre que por debajo el mundo es completamente diferente. Que hay dobles morales, el problema del mal, de la injusticia, pero también la justicia, la solidaridad… Y está la pregunta sobre cómo vienen los niños.

-Hable un poco de esa niña protagonista, Amelia, ¿es una niña que se hace adulta demasiado rápido?

-Se da una mezcla extraña, por un lado Amelia es una niña extraordinariamente inocente para los 10 años, cuando hoy un niño se entera de todo a los 7, pero a la vez es una niña que puede explorar mucho más que un niño actual por su cuenta.

-¿El libro puede atraer a nostálgicos de la EGB?

-La nostalgia no me gusta, me parece que viene asimilada al concepto de tristeza. Yo diría que sencillamente se desarrolla en el contexto de 1975 y que para toda una generación que nación en los años 70 es un entorno vintage familiar. Lo que aporta es mucha alegría, es una novela muy alegre, muy positiva, con muchas risas.

-Usa la primera persona, ¿trató de ponerse en la piel de una niña?

-La primera persona a veces ha sido endiablada, porque por un lado te proporciona toda la frescura y la inocencia de la protagonista, pero por otro te limita extraordinariamente su visión del mundo, que es la de una niña de 10 años. Entonces, encajar en el perfil de la cría los recuerdos de la adulta ha sido lo más complicado de la novela.

-¿La niña vive en un entorno politizado?

-Mi generación no estaba politizada, la gente que iba delante de nosotros escuchaba a Serrat, a los cantautores, nosotros, no, nosotros hicimos la Movida, que era un movimiento musical bastante apolítico. La política era un concepto ajeno, Franco era una presencia que estaba en las pesetas, en las fotos, y nada más, era como Papá Noel. La niña tiene un lío considerable. Ella no sabe quién es Franco, y tampoco sabe por qué también está el Príncipe de Asturias. Ve también que Franco se está muriendo siempre pero nunca se muere, y por un lado le da pena porque parece Papá Noel, pero por otro lado los mayores siempre le dan la lata con temas políticos. Ella realmente está muy despistada, en esa época nosotros no sabíamos ni de dónde veníamos ni a dónde íbamos, porque de la guerra no nos hablaba nadie y el futuro no se sabía cuál iba a ser.

-¿El oficio periodístico le ha ayudado o le ha pesado a la hora de enfrentarse a tener que construir una novela?

-Hay que decir que la novela es una cosa completamente diferente, tiene una serie de dificultades específicas que para mí son un desafío nuevo. Concretamente toda la arquitectura de la novela, el ritmo y el desarrollo del argumento, por ejemplo, han sido obstáculos apasionantes.