Hubo un momento en que Juan Cruz, el profesional capaz de sortear y de sobrevivir a pie de obra a todos los vaivenes de su periódico, El País; el conejito Duracel del periodismo, a quien ni siquiera bien superada la edad de la jubilación parecen habérsele acabado las pilas, tuvo que enfrentarse a la idea de que ese oficio vivido con pasión iba a acabarse para él.

Es fácil imaginárselo, cuando se lo sugirieron: una mueca temerosa de tiburón a punto de detenerse. Tiempo después, aunque una nube triste se le pose en los ojos recordando el mal trago, el peligro ha pasado. «Entonces me impactó. Luego me calmé». Y ahí sigue, incansable. Porque no conoce otra cosa. Hoy su móvil sigue echando humo y sus entrevistas, su reflexión sobre el oficio, sus libros, lo mantienen en forma. El último es Un golpe de vida (Alfaguara), curioso cruce de memoria y reflexión, una hoja de ruta de cómo el periodismo le ha construido como persona.

Pausa italiana

Tratándose de un hiperactivo, el libro tiene un punto de partida bastante paradójico, de un estatismo casi de monje trapense. O así se sintió, fuera de onda, cuando le invitaron a un retiro para creadores en Umbría, en el centro de la Italia profunda. Allí, alejado de todo, mientras pegaba la hebra con una joven dibujante de cómics egipcia, un amigo desde Berlín le informó de que había muerto Rafael Chirbes. Cruz fue uno de los primeros en enterarse «casualmente y en un lugar inaccesible», aunque no fuera particularmente amigo del difunto. Una hora más tarde, la agencia Efe lo llamó a él para confirmar el hecho. «Eso me hizo reflexionar sobre cómo afrontamos las noticias», dice, y dispara una doble metáfora, la relacionada con el periodismo en sí, tan en crisis, y la personal, un tanto endeble. Porque la escritura coincidió con un desprendimiento de retina de su hija -felizmente superado- y la enfermedad terminal de su hermana, que da al conjunto un tono sombrío y un punto elegiaco.

«El periodismo ha sucumbido a la tentación de las redes. Somos intérpretes de lo que ocurre, pero a la vez muchas veces nos creemos erróneamente que también somos los protagonistas y por eso hay tanto periodista que cree que tiene que hablar en primera persona», diagnostica, para apostillar que no, que el periodista no debe confundirse jamás con el barbero de la esquina. «El periodista es alguien que con datos de la realidad que le proporcionan las personas, las estadísticas y la documentación, cuenta una historia. Y hay que hacer información a base de credibilidad, verificación y relevancia, no hay otra».

Podría parecer que se ha dejado arrastrar por el desánimo y, aunque tiene claro que se encuentra en «tiempo de descuento» -la expresión es suya-, suele lanzar mensajes de alegría en 140 caracteres exaltando las piezas que le gustan de sus compañeros. A veces, en las redes le replican. «Yo ya no leo su periódico», es el mantra habitual. Y él suele rematar: «¿Y si ya no lo lee cómo sabe que no le gusta?». «Ocurre que mucha gente que afirma no leer los diarios los están leyendo por otros medios, a través de las redes, y gratuitamente», de ahí que la percepción sobre el origen se diluya.

Me gusta, no me gusta

Como se diluyen también, dice, las fronteras entre información y opinión. «Suele ocurrir que muchos de los que se consideran desafectos a la prensa en realidad se están refiriendo a la opinión, que no necesariamente tiene que coincidir con la del lector, como este exige a veces». Asegura que «el peligro es que los lectores demanden cada vez más opinión que información. Eso ha fomentado una falsa crisis de credibilidad. La gente busca en los periódicos lo mismo que encuentra en Facebook donde todo se resume en un me gusta, no me gusta. Y no saben diferenciar.

Obligado a pensar en clave de porvenir, Cruz no vacila, menciona que The New York Times, el Santo Grial del oficio, acaba de acometer un gran reto y, sorpresa, no tiene nada que ver con la digitalización: «Ha invertido en periodistas. Ese es el futuro, ya sea digital o en papel. Hay que dejar que el viejo periodismo sea el arquitrabe del periodismo del futuro».