Con las manos se forman las palabras», escribió el poeta Ángel Valente en El fulgor. Con las manos, la cabeza y el cuerpo entero construye las rimas ese fenómeno zaragozano del rap llamado Kase.O. El pasado mes de marzo, en la presentación de El círculo, su segundo disco en solitario, agotó las entradas en el pabellón Príncipe Felipe de Zaragoza, recinto que volverá a llenar el próximo 13 de octubre. Y el sábado, cerrando los conciertos del festival Pirineos Sur, congregó a más de 5.000 espectadores en el Auditorio Natural de Lanuza. ¿Hay quién dé más? Puede que otras latitudes raperas, pero en las españas lo dudo.

Kase.O despide carisma y su flow es tan singular y magnético que podría rapear un fragmento del BOE y enganchar al público. El sábado, su concierto fue similar en concepto al que vimos en marzo: un arranque espectacular, un mitad de actuación algo más sinuosa y un final de fin de fiesta, salvo ese paréntesis dramático que encoge el corazoncito de sus seguidores, titulado Basureta (tiempos raros), que interpreta sentado en una silla, de perfil, como un actor shakesperiano, hasta que llega el estribillo y con él (disculpen la confluencia fonética) el delirio. Kase.O, rimador entre los rimadores, bien acompañado en escena por Momo, rapero de las nuevas generaciones de la escuela zaragozana, haciendo voces y apoyando con genio al jefe.

Sonido brillante, por cierto, para un programa extenso confeccionado con piezas de El Círculo como Esto no para, Yemen, Triste, Guapo tarde, Viejos ciegos, la espléndidamente resuelta Repartiendo arte, Amor sin cláusulas y Mazas y catapultas, alguna procedente de Magnetism (Ballantines, Boogaloo) y canciones del repertorio de Violadores del Verso. Con uno de sus colegas de violadores (el maestro Sho-Hai), precisamente, y con otro compinche de la rima (Xhelazz) conto en algunos momentos del concierto (Viejos ciegos y Confesionario de papel).

Kase.O situado pues en el olimpo de los dioses de Lanuza, como Neptuno, pero sobre las aguas, no bajo ellas. Y recordándonos mucho, por su concepción del concierto como una celebración de espiritualidad, de alguna manera, por su visión de un mundo que necesita reparaciones urgentes y por sus sensatos y rigurosos consejos a sus seguidores, al brasileño Carlinhos Brown, quien durante años fue un habitual de Pirineos Sur y convertía sus actuaciones en auténticos rituales. Carlinhos solía echarse al agua e incluso bautizar a sus seguidores como si estuviese en el río Jordán; Kase.O no se remojó en el pantano; no hizo falta, durante más de dos horas ungió a los espectadores con el bálsamo de su rap curativo. Ese al que puso brillantes bases el mago de la producción R de Rumba.

El fulgor, o sea.

La velada la abrió el canario Bejo, un tipo divertido y descarado que aún duda en echar mano para su rap (no trap, dijo) de acentos jazz y latinos. Músicas cálidas para unas rimas juguetonas. Llegó con un DJ de mano rápida llamado Pimp.

Y antes, por la tarde, en Sallent de Gállego, Joaquín Pardinilla y su sexteto reafirmaron con creces su condición de espléndidos reformuladores del folclore y su condición de instrumentistas de lujo.