Para rendir homenaje en toda su dimensión al director neoyorquino George A. Romero, fallecido el domingo en Toronto, a los 77 años, a causa de un cáncer de pulmón, deberíamos empezar haciéndonos esta pregunta: ¿Existiría la serie de televisión The walking dead o películas como Guerra mundial Z sin La noche de los muertos vivientes?

En lo particular, el temario zombi, la película de Romero significa un antes y un después. Rodada en 1968 de manera independiente, en blanco y negro, sin actores profesionales y con un presupuesto irrisorio de 115.000 euros, puso de relieve unos personajes del género de terror que hasta entonces habían escaseado en el cine.

La noche de los muertos vivientes significó el nacimiento del terror moderno estadounidense, ya que los otros autores determinantes de la renovación estilística y temática del género -John Carpenter, Tobe Hooper, Wes Craven, William Lustig, Larry Cohen- debutaron en los años 70, el canadiense David Cronenberg no lo hizo hasta 1975, Brian De Palma andaba aún enfrascado en el cine más experimental y El exorcista es de 1973.

EN DEUDA CON ÉL

El cine fantástico le debe mucho a aquel primerizo filme de Romero rodado con saludable libertad, el bien más preciado que el cineasta intentó preservar. Llegó primero la excelente Zombi (1978), otra alegoría social, en este caso sobre el consumismo capitalista. Romero rodó después El día de los muertos (1985), en la que el apocalipsis es total: hay casi medio millón de zombis por cada humano superviviente. Con La tierra de los muertos vivientes (2005), mezcla de gore y sátira, el tema dio un giro providencial: los zombis intentan llevar una vida normal mientras que en un rascacielos con resonancias a J. G. Ballard, un grupo de humanos sin escrúpulos construye una sociedad jerárquica. Romero planteó El diario de los muertos (2007) con el estilo de un falso documental y cerró su ciclo con el título más débil, La resistencia de los muertos (2009).

Pero hubo un Romero ajeno a los zombis, siempre dentro del fantástico. Notables son Martin (1977), sobre un adolescente convencido de que es un vampiro, o su colaboración con el novelista Stephen King y el dibujante Bernie Wrightson en Creepshow (1982). En 1990, los fans del género se frotaron las manos con Los ojos del diablo. El resultado no estuvo a la altura de las expectativas, pero Romero demostró que podía acercarse con contención al universo gótico de Poe en El caso del señor Valdemar.