Sabida es la influencia que los artistas españoles tuvieron en la obra del británico, pero nacido en Irlanda, Francis Bacon (Dublín, 1909 - Madrid, 1992). Su obsesión por Velázquez, concretamente por el retrato que el sevillano realizó del papa Inocencio X, es legendaria; y su deuda con Picasso fue reconocida por el propio artista una y mil veces. También cayó bajo el influjo de Zurbarán, Goya y El Greco. Y admiró a Buñuel y García Lorca. Todo ello, junto con la influencia que recibió de los franceses, que también la hubo, es lo que evidencia Francis Bacon: de Picasso a Velázquez, en el Guggenheim de Bilbao hasta el 8 de enero.

La exposición, que cuenta con el patrocinio de Iberdrola, reúne 79 piezas; de estas, 50 están firmadas por el británico y el resto, por los españoles y franceses que fueron su fuente de inspiración. Y muchas de las que llevan la firma del singular, a la par que turbador y brutal creador son inéditas por estos lares. No en vano, la mayoría de trabajos de Bacon están en manos privadas; tampoco es baladí que el comisario de la muestra, Martin Harrison, sea el autor de su catálogo razonado. Una obra magna que ha tardado 10 años en ver la luz y que recoge 584 telas, entre ellas, la última que salió del pincel del creador: Estudio de un toro (1991).

La pieza, que solo se ha visto en Mónaco, es uno de los grandes hallazgos de Harrison. Se trata de un cuadro desconocido hasta la fecha y que es, a juicio de su descubridor, «una profecía» de la muerte del artista, pues Bacon lo ejecutó un año antes de fallecer y en él incluyó polvo: «El polvo es eterno, del polvo venimos y en polvo nos convertimos», señala Harrison al tiempo que afirma que se trata de «una obra muy interesante, con zonas de luz y zonas oscuras, la vida y la muerte; pero no es una abstracción, es un toro. Creo que Bacon se identificaba con él al modo en que Picasso lo hacía con el minotauro».

Fue la última faena del británico y es el broche de la muestra. Luce justo después de La tauromaquia de Goya. El de Fuendetodos era uno de los genios del que beber (ahí está, por ejemplo, el perro de Tres estudios para una crucifixión, muy parecido a Perro semihundido de Goya), y el arte del toreo es algo que interesó a Bacon: «Cuando ves una corrida se queda grabada en tu mente para siempre», afirmaba el artista, que ya en los 60 empezó a retratarlas, pero sin quedar satisfecho.

Lo de la insatisfacción era algo intrínseco en el creador, como lo era el estudio de la figura humana, las crucifixiones, la obsesión por el retrato de Inocencio X. Así como una vida tormentosa, el desorden de su estudio o su pasión por la noche, el alcohol y las relaciones difíciles. Así, de sus primeras obras no queda ni una. Las destruyó. Poco ha sobrevivido, sí lo ha hecho Composición (1933), la pieza que abre la exposición y que cuelga junto a una homónima de 1927 realizada por Picasso y junto a Bañista con balón (1929), también del malagueño. A partir de aquí se suceden las figuras, más oscuras al principio y más coloristas al final, pero siempre aisladas, siempre retorcidas y siempre medio animales. Y siempre figuras.