La vida y obra de los más célebres pintores ha sido campo abonado para los biopics cinematográficos. Rembrandt, Van Gogh, Goya, Miguel Ángel, Vermeer, Modigliani, Toulouse-Lautrec, Pollock, Bacon o Basquiat han tenido una o más películas consagradas a explicar como una vida generalmente tortuosa dio pie a lienzos majestuosos. El Greco no se aparta ni un ápice de esta línea. Incluye en su monótono trazado amoríos, dramas familiares, una secuencia casi obligada en la que el pintor destroza violentamente su estudio y, como ocurría en La agonía y el éxtasis y Los fantasmas de Goya, una serie de conflictos entre el artista libre y el poder eclesiástico, personificado aquí por el inquisidor Niño de Guevera. La película es una coproducción greco-española-húngara, aunque rodada en inglés (mercado obliga), y pasa somera revista a las vicisitudes de Domenicos Theotocopulos en Creta, Venecia y el Madrid de la Santa Inquisición. La iluminación y el uso del color, que va del exultante rojo veneciano a los tonos oscuros de la etapa española, se esfuerza en capturar la época sombría que azotó el pintor con sus cuadros. Q. C