Atómica

D. Leitch

Aragonia, Grancasa, Palafox, P. Venecia y Yelmo

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ACCIÓN

Atómica bebe de las fuentes inagotables del cine de espías de la guerra fría. Por mucho que cambien los tiempos, varíen las relaciones entre las potencias hegemónicas y se transformen las tecnologías -hay hoy un punto de nostalgia en la contemplación de los viejos ordenadores de finales de los 80-, esa época resulta fundamental en el entramado argumental y emocional de un género que, a su modo, desde ficciones enrevesadas, ha documentado algunos de los cambios más importantes de las últimas décadas. La caída del Muro de Berlín, sin ir más lejos, y el inicio del ocaso del bloque soviético, el trasfondo histórico de todas las peripecias de Lorraine Broughton, bella, inteligente, enérgica y sexualmente liberada agente del MI6 británico en misión en el Berlín de 1989.

Lorraine, o la rubia atómica, es un personaje surgido en el cómic. Así que también tiene algo de Modesty Blaise, otra agente secreta ideada para el papel impreso que pasó al cine. Modesty Blaise nació como émulo o contrincante femenino de James Bond, otro que ha pasado por el cómic y el cine aunque proceda de la novela. El personaje interpretado ahora por una rubia Charlize Theron -a veces parece la etérea Kim Novak y en otras no hay quien la gane a espía expeditiva- es una mezcla de ambos en un contexto más agresivo y en crisis de ideas: nadie es quien aparenta ser en Atómica, y las ideologías han pasado a mejor vida mientras el comunismo se derrumba.

Dirige David Leith, correalizador de la primera entrega cinematográfica de otro antihéroe lacónico reciente, John Wick. No es de extrañar que las secuencias de acción sean tan epidérmicas, cuerpo a cuerpo, en montaje frenético o plano secuencia, con un sonido que permite saber cuándo un pómulo se resquebraja o una costilla se fractura y con la cámara encima de los rostros desencajados y los cuerpos violentados. Ecos, también, de los filmes de Jason Bourne, donde el cuerpo a cuerpo resulta esencial.

Así funciona la película, con espléndidas escenas de acción y una trama casi minimalista de espionaje y corrupción, menos sorprendente de lo esperado. Y entre medio, un guiño a Stalker, una de las obras maestras de Andréi Tarkovski, director que hizo el mejor cine posible en una antigua Unión Soviética lanzada al desastre.