Que en general no se la reconozca como merece es algo lamentable pero no especialmente sorprendente. Las suyas no son el tipo de películas que llegan al gran público. En Un sol interior, Claire Denis vuelve a enfrentarse a los asuntos relacionados con el amor y el deseo a través de la historia de una mujer recién divorciada (Juliette Binoche) que explora su sexualidad con una serie de hombres fallidos.

SEnDUn sol interior es lo más parecido a una comedia que usted jamás ha rodado, pero ¿se siente cómoda describiendo el filme en esos términos?

-No del todo, porque hace que la película parezca un chiste, y no es eso. Es la historia de una mujer que busca el amor, y que fracasa una y otra vez en sus intentos pero aun así mantiene una fe inquebrantable. Eso da lugar a situaciones graciosas, sí, pero el resultado final se parece más a las tragicomedias italianas de antaño. Buscar el amor verdadero, después de todo, es a ratos divertido pero también puede ser muy serio y muy triste, y muy peligroso.

-¿Peligroso?

-Desde luego. Cuando nos dejamos llevar por el sentimiento amoroso solemos poner nuestra integridad física o emocional en riesgo. O al menos así me sucede a mí. Me juego el todo por el todo. Una vez, hace mucho, atravesé toda Francia en tren para encontrarme con alguien. Sabía de antemano que la relación no iba a prosperar, pero el mero hecho de subir al tren me dio esperanzas. Luego, por supuesto, ha habido muchos más trenes a lo largo de mi vida.

-La pasión y el deseo, de hecho, vertebran toda su filmografía.

-Me surge de forma instintiva. Y supongo que está relacionado con el hecho de que, para mí, hacer cine es un acto puramente erótico, en buena medida porque verlo también lo es. Piénselo: la oscuridad de la sala de cine, la actitud voyeurista del espectador...

-¿Escogió a Juliette Binoche como protagonista por su sensualidad?

-En buena medida. Necesitaba a una mujer de cuerpo voluptuoso, carnoso y deseable, y dotada de un rostro hermoso que no sugiere una derrota anunciada en sus luchas amorosas. Juliette transmite un aura sexual tremenda, con esas botas y esa minifalda que deja ver los muslos, y con ese corte de pelo que la hace parecer una guerrera mitológica.

-La mayoría de sus películas se expresan sobre todo a través de los silencios. Esta última, en cambio, está llena de diálogo. ¿Por qué?

-Me dejé seducir por el guion que escribió Christine Angot, que estaba lleno de palabras afiladas, e hilarantes, y profundas, y conmovedoras. Pero creo que, como en todas mis películas previas, aquí las emociones hablan por sí mismas. Nunca me ha interesado que los personajes verbalicen sus propios comportamientos. En general, nuestras vidas son inexplicables.

-Vuelve a rodearse de colaboradores habituales, como la cinematógrafa Agnès Godard, el músico Stuart Staples o los actores Alex Descas y Nicolas Duvauchelle. ¿Para usted el cine es un asunto de familia?

-Cuando pienso en familia pienso en presiones y espero que ninguna de esas personas trabaje conmigo porque se siente presionada. Solo puedo decir que son un grupo de gente con la que me siento a gusto. Y esa conexión me hace vivir el cine de un modo muy parecido a como lo viví en mis años pasados, cuando descubrí que amaba las películas.

-¿Cómo lo descubrió?

-De pequeña viví mucho tiempo en África, donde mi padre trabajaba para el Gobierno francés. Allí no había mucho acceso a las películas. Era una niña enfermiza y, mientras estaba en cama, mi madre me explicaba películas que ella había visto. Sus descripciones eran casi táctiles.

-Su próxima película es High life. ¿Se ha pasado al cine comercial?

-No lo creo. Hoy en día, de todos modos, el término comercial se usa de modo peyorativo, como si tener vocación comercial inevitablemente significara estar dispuesto a venderse por dinero. Yo nunca he tenido la tentación de hacerlo, más que nada porque nadie ha querido nunca comprarme. Ojalá un día viniera alguien con varios fajos de billetes y me dijera: «Ahora haz lo que yo diga». Tal vez aceptaría.