La séptima y, hasta ahora, última entrega de la serie de Harry Potter terminaba con la frase: "No había nada de qué preocuparse". La escena tenía lugar en el mítico andén nueve y tres cuartos, de donde parte misteriosamente el tren que lleva a Hogwarts, la escuela de magia. Pero Harry no va a tomar ese tren. Solo está allí para acompañar a su hijo Albus Severus, que acude a Hogwarts por primera vez, con los nervios propios de cualquier crío que se estrena en la disciplina escolar. El ambiente parece feliz y el narrador nos anuncia que hace ya 19 años que a Harry no le duele la cicatriz de la frente, esa marca que le dejó su primer encuentro con Voldemort.

EL OCTAVO LIBRO

Con esa misma escena se abrirá el telón esta noche de sábado para la primera representación oficial de Harry Potter and the cursed child en el Palace Theater del West End de Londres. Si entre el público hay alguien que no sea un estricto fan de la serie cabe la posibilidad de que espere ese inicio arrugando la nariz. "¿Harry Potter en teatro? ¿Y dicen que es el octavo libro, pero no es una novela?" Sería una suspicacia legítima, pero poco duradera. La solvencia con que arranca la obra se lleva cualquier desconfianza.

El cásting es magnífico y no solo por la calidad de las intrepretaciones, que en un estreno de estas dimensiones casi se da por hecha, sino por su verosimilitud: pisa el escenario Harry con 40 años y todo el público se cree que es Harry. Lo mismo ocurre con todos los principales. También el ritmo contribuye a desarmar cualquier desconfianza previa. Estamos hablando de una obra dividida en dos partes de tres horas cada una: los asistentes habrán comprado entradas para dos representaciones que podrán ver en doble sesión de un mismo día, o en días alternos. Son seis horas de puro teatro, cientos de sucesos narrados por medio de la palabra a partir de una paradoja fascinante: el texto avanza la historia con una arquitectura compleja, sofisticada, con tantas idas y vueltas como haga falta; y sin embargo, el ritmo es brutal.

A medida que avanza la representación se va agigantando la figura de J. K. Rowling porque su autoría es claramente reconocible: los temas son marca de la casa, con los conflictos de la infancia y la adolescencia puestos en un luminoso primer plano. El público quisiera poder intervenir, proteger a esos hijos en su aventura, aunque, como en la vida real, sabe que solo triunfarán si se adueñan de su destino. El sentido del humor también es claramente británico... Harry Potter ha vuelto.