Desde el asombro y la extrañeza porque hay que escribir «con los ojos abiertos». El escritor turolense Javier Sierra pronunció ayer la primera conferencia (abierta al público) del Taller de narrativas de la Universidad de Zaragoza con una charla en el Paraninfo en la que, citando a la premio Nobel, Doris Lessing, aseguró que «escribir es un acto de conocimiento y autoconocimiento, una aventura de la exploración y una herramienta para encontrar soluciones a las grandes preguntas».

El escritor, autor de best sellers que han recorrido medio mundo, comenzó su alocución apagando las luces «porque es con media luz cuando se propicia el ambiente para narrar, algo que, por ejemplo, ya hacía Iker Jiménez en su programa de radio pero también nuestros antepasados», dijo antes de ir más allá: «Ellos ya se ponían delante del fuego para contar sus historias y ese momento ya forma parte de la narración».

TINTÍN, SALGARI Y VERNE

Algo que son los orígenes de la escritura, recalcó un Javier Sierra, que desgranó cómo llegó a ser escritor: «En Teruel, hace muchos años, no había mucho que hacer así que yo con mis 8 años, cuando abrieron la biblioteca infantil, me pasaba esas tardes aburridas descubriendo a Tintín, Salgari, Julio Verne, obsesionándome con las pirámides,... estaba ansioso por conocer mundo, por asombrarme». Pero no fue hasta 1994 cuando pudo hacer su primer viaje a Perú, para lo que pidió su «primer préstamo». ¿Por qué este viaje? «Porque yo había leído la leyenda de cómo Pizarro conquista Cuzco y se encuentra con que no aparece el oro que tan celosamente guardaban los incas dando pie a la leyenda de qué paso con el oro. Yo visité el convento de Santo Domingo, edificado sobre el palacio inca y pude comprobar que todas las iglesias de la ciudad tenían historias sobre una red de túneles de la que apareció, además, una mazorca de oro», aseveró Javier Sierra, al que allí se le abrió la posibilidad: «Supe que tenía algo que contar y esa era la célula madre».

Ahí arrancó el Sierra escritor que pronto se dio cuenta, según confesó ayer, «que había muchas historias interesantes que no estaban al otro lado del Atlántico sino más cerca de casa». Y así es como, explicó, se interesó por la lápida de Inocencio VIII en San Pedro del Vaticano. «Allí, se cuentan sus logros y, en una línea, pone ‘Suya es la gloria del descubrimiento del Nuevo Mundo’... Inocencio VIII muere en julio de 1492 cuando Cristóbal Colón aún no había ni partido», aseguró en su intervención y explicó lo apasionante de esa historia: «¿Es una anacronismo? Unos creen que se hizo posteriormente la lápida y se le atribuye un mérito que no es suyo pero los conspiranoicos hablan incluso de que Colón era hijo de Inocencio VIII y que el nombre de Cuba se puso en honor al propio Papa... En resumen, son elementos que permiten abordar una novela, yo este tema lo he tocado a través de ensayos pero quizá algún día me decida a novelarlo», se retó a sí mismo el escritor.

Esta historia la relacionó Sierra con un mapa de 1513 realizado por un turco en el que se muestran «zonas de América aún no descubiertas entonces como los Andes, el Amazonas, las Malvinas... Nuevamente nos encontramos con algo anacrónico, un mapa en el que, además, se habla de que se descubrió América en 1485... No cuadra y coincide, curiosamente, con un año en el que Colón estuvo desaparecido», dijo Javier Sierra que cristalizó estas historias en una frase: «Hay muchos ingredientes para un relato o una novela y tiene soporte histórico».