En su sexta novela, La parte escondida del iceberg (Espasa), Màxim Huerta viaja a París para abordar el recuerdo, el olvido, el amor perdido y hasta la reconstrucción de la idea de ciudad.

-¿Por qué París?

-Porque París es una ficción y París es como el Oz del Mago de Oz. Para mí, desde pequeño, siempre fue un lugar que aun sin haberlo visitado, ya lo conoces. Le pasa a todos. Es un lugar cultural socialmente con muchos mimbres para que te guste y para mí siempre fue un lugar de ficción y en el que puedo construir una ficción porque lo disfruto.

-¿Pero no es un lugar demasiado construido ya?

-Y todo el mundo cuando va a París le exige a la ciudad que incluso suene la banda sonora de Yann Tiersen por detrás y que vaya caminando con ella. En París cuando caminas no hay banda sonora pero sí que uno la camina y la pisa con muchos referentes. No es ya lo que ve sino lo que imagina de la ciudad.

-¿Cómo afronta uno escribir autoficción?

-Es complicado, arriesgado, difí- cil pero hay momentos en los que te apetece rascar en la verdad para que la novela tenga precisamente una ficción, aunque parezca una paradoja, mucho más real.

-¿Es eso posible?

-Sí. A la cuarta línea ya no eres tú, ya es ficción.

-¿Aunque lo que cuente sea real?

-Se lo leí a Elvira Lindo y dije, ¡bravo! A la cuarta línea, aunque uno esté hablando de algo que le ha pasado o que ha visto, se convierte en ficción.

-¿Esto es una autodefensa?

-No, la autodefensa es cuando es ficción absoluta. Todos los escritores estamos detrás de todos los personajes y todos los diálogos porque los construyes tú con lo cual te ves obligado a poner voz a todos los personajes por lo que todos son parte de ti, hasta el asesino, el muerto… todos los personajes de una novela son del autor con lo cual no hay casi diferencia

. -Bastan unas página para saber de dónde nace esta novela pero, ¿de dónde surge la necesidad de escribirla?

-De París era una fiesta. Es un homenaje a una novela fetiche que me gusta, que fue el cierre de una carrera de Hemingway en el que recuerda cuando paseaba por París y era feliz, pobre y feliz decía. Él dice que había que escribirla cuando estuvieras lejos de la ciudad, que no hay que escribir de ellas cuando estás en ellas.

-¿Necesitaba este libro? Es algo muy diferente a lo que había escrito hasta ahora.

-Pero esta novela explica las anteriores. Es una novela que he podido escribir después de haber publicado muchas más. Por tranquilidad, costumbre, hábitos literarios, porque he leído mal… Llega cuando ha tenido que llegar. Era un tapón que se ha abierto y lo he canalizado en la novela.

-Habla de miedo y pudores a la hora de escribir pero a la hora de publicar... ¿le preocupa el qué pensarán?

-Este libro es un acto de generosidad. Hay mucho de valentía y creo que es un acto de complicidad con el lector. Todos queremos que nos quieran, un escritor sobre todo quiere que le quiera el lector. Y al final lo que he descubierto que te enamoras de los lectores por lo que te dicen, todos han tenido un iceberg muy parecido. En la trastienda de todas las casas, como en Anna Kanerina, todas las familias felices se parecen, las infelices lo son cada una a su manera. Pero en esa diferencia todos tenemos muchas cosas en común.

-Aborda también el olvido y el recuerdo...

-Es el alma de la novela, yo reivindico el olvido porque creo que es necesario ventilar las cosas para que huelan mejor y lo reivindico para poder generar recuerdos nuevos. Estar enfocado en el pasado emocionalmente es poco práctico porque no generas nada nuevo aunque yo en esta novela me he tenido que llevar la contraria y precisamente en lugar de olvidar, buscar para poder escribirla, he buscado en la infancia, en el amor, en la familia…

-¿Y escribir ayuda a olvidar?

-A Jill Price, la mujer con hipertensia que es incapaz de olvidar, le recomendaron que escribiera para olvidar porque si lo escribía se le olvidaba. Yo pensé también que era una buena idea. Ella escribió 15.000 folios y no olvidó nada, con lo cual lo que hizo fue gastar mucha tinta. Lo que sí que conviertes los recuerdos en duraderos, a lo mejor pesan menos cuando los escribes pero no solucionas nada, lo que lo soluciona es leer. La lectura es curativa, la escritura, no.

-¿Es una excusa este libro?

-Todo es un escenario para hablar de la infancia. París es una excusa, el amor también para hablar de la parte más dura de la novela que es la infancia. Pero no lo cuento todo porque siguiendo la teoría del iceberg de Hemingway sólo hay que enseñar un poco de hielo. El resto que lo intuya el lector.

-Y de ahí el título...

-Sí, es un homenaje a Vila-Matas y a Hemingway que decía que había que enseñar poco porque el lector es listo e intuye todo lo demás y la idea de que todos tenemos mucha vida debajo que nunca nadie verá ni conocerá pero que es la que nos hace ser como somos.