En 1882, Archer Milton Huntington (Nueva York, 1870-1955), heredero de una de las fortunas más importantes de Norteamérica, realizó su primer viaje a Europa: Londres y París. Y con ello selló su destino: el arte que atesoraban los museos le sedujo, y The Zincali, de George Borrow, un libro sobre la vida de los gitanos españoles que cayó en sus manos, le hechizó. A partir de ese momento, arte y España fueron un binomio que guió su vida con un único objetivo: crear un museo y una biblioteca que contaran la historia y la cultura del país. Y a ello dedicó todo su empeño: a los 14 años comenzó a estudiar español y construyó un museo imaginario con cajas de madera, y a los 22, cuando emprendió su primera visita a España, ya tenía catalogados 2.000 libros sobre el país y había empezado la traducción del Cantar de Mio Cid.

Finalmente, en 1904, realizó su sueño: fundar la Hispanic Society of America con el objetivo de profundizar y divulgar la cultura hispánica. Lo consiguió. Sus fondos, en Nueva York, son de visita obligada para historiadores y académicos. Y las cifras de la colección son de vértigo: más de 750.000 piezas que abarcan del paleolítico al siglo XX, y que incluyen una extraordinaria biblioteca con más de 300.000 volúmenes, entre ellos, 250 incunables. Además de lienzos de Velázquez, Goya, El Greco, Sorolla, Zuloaga y otros muchos. «No hay ninguna institución en España o fuera que permita una aproximación tan global y tan integrada de la cultura española». Palabra de Miguel Falomir, el nuevo director del Museo del Prado y anfitrión de la exposición Tesoros de la Hispanic Society of America.

PIEZAS INÉDITAS

Pese a todo este legado, el nombre Huntington no es tan conocido como el de otros coleccionistas del momento, léase Henry C. Frick, Duncan Phillips, Isabella Stewart Gardner o el matrimonio Havemeyer. Y es que el fundador de la Hispanic Society, a diferencia de los citados, no coleccionaba por placer, sino como ocupación, y jamás puso su nombre a ninguna institución. También se diferenció de sus colegas por su negativa a comprar obras en España. Huntington opinaba que ya había suficientes piezas en el mercado internacional fruto de las guerras napoleónicas y de la desamortización de Mendizábal y no quería despojar más al país de su patrimonio.

Un criterio que le llevó a perder grandes oportunidades de compra frente a sus competidores, pero aun así adquirió auténticas maravillas, como los relicarios de Santa Marta y Santa María Magdalena de Juan de Juni, y Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares, de Velázquez, las tres inéditas en España y presentes en la muestra que reúne 200 de las mejores obras de la institución.

Del pintor sevillano, del que Huntington afirmó la primera vez que lo vio en el Prado que era «deslumbrante e increíble», hay dos piezas más: el misterioso Retrato de una niña y el no menos interesante Camillo Astalli. Son las estrellas de la muestra, con permiso de otra pieza emblemática: la Duquesa de Alba, de Goya. Está también La piedad, de El Greco, y por supuesto grandes obras de Sorolla y de Zuloaga, dos de los artistas que apadrinó el mecenas norteamericano. Hay más: arqueología, escultura romana, cerámica, muebles, joyas... además de manuscritos y libros iluminados.