Una femme fatale rubia y de mirada matadora igualita a la actriz Veronica Lake, un falangista cual Alfredo Mayo, cameos de Antonio Machín, Manolete, el cazanazis Simon Wiesenthal o «Él» (el innombrable Franco, pillado aliviándose en plena cacería). Son solo algunos de los guiños a personajes reales de El solar (La Cúpula), desternillante y surrealista homenaje al cine y el cómic de la primera posguerra, rebosante de ironía y humor negro, surgido del pincel de Alfonso López (Lérida, 1950). Personajes que comparten viñetas con mitos del tebeo: desde los protagonistas, Pepe Gazuza (que acaba de salir del campo de concentración para presos republicanos de Miranda de Ebro) y Petro (joven que llega a la ciudad para ganarse la vida sirviendo), que inevitablemente recuerdan a los célebres personajes de Escobar Carpanta y Petra, criada para todo, hasta apariciones estelares de evocadores clones de Zipi y Zape, la familia Ulises o Jaimito.

Se mueven en la Barcelona de 1947 («undécimo año triunfal del glorioso Alzamiento Nacional»), con escenarios como las calles más conocidas de la capital catalana tan agitadas como llenas de normalidad. Es la «Barcelona popular, donde el hambre está siempre presente», llena de curas con sotana y monjas, tranvías, limpiabotas, espías y estraperlo, puntualiza el dibujante, quien ha pintado un fresco humano y social de aquellos años en el que no faltan un judío y un nazi, un voluntario de la División Azul, uno del maquis y hasta un vendedor de maracas.

AUTOR DE CÓMICS / «Me apetecía hacer un homenaje a mi primera cultura. Soy dibujante y autor de cómics porque de niño leía el DDT, Pulgarcito... y mi padre, que trabajaba en un hotel y tenía entradas gratis para el cine, me llevaba a ver las películas de los hermanos Marx. Su influencia es indudable. Por eso he usado el mismo humor surrealista, desmadrado y absurdo de la cultura popular de la época», explica el también cofundador de la revista Butifarra!, humorista gráfico y autor de cómics como Miguel Núñez. Mil vidas más, junto a Pepe Gálvez y Joan Mundet.Humor, y, sobre todo, ironía berlanguiana. «Es una época durísima, toda la historia de fondo es real, en 1947 cerraron el campo de Miranda de Ebro, los nazis campaban por aquí a sus anchas... pero, aunque haya situaciones dramáticas, quería que fuera una comedia absurda y un tanto surrealista de principio a fin». Dicho y hecho.

SOLAR-REFUGIO/ El solar nace también de «una tentación», admite el autor que contesta sin apenas reflexionar sobre ello, prueba de que lo tiene bien claro. «La tentación de pensar cómo haría yo hoy un cómic como aquellos, pero con libertad de expresión y sin la censura de entonces». Y porque cuando publicó Estraperlo y tranvía (Ediciones B), donde resucitaba a la familia Ulises creada por Benejam en el TBO, se quedó con ganas de contar muchas cosas, que tenían que ver con su propia niñez.

«Me salían personajes como Jaimito y su pandilla, una serie del dibujante Serafín en el tebeo de la Editorial Valenciana. Se reunían en un solar, que era su refugio, donde nadie los molestaba, y es ahí donde empiezo la acción, porque yo de niño jugaba en los solares de Lérida. Las ciudades estaban llenas de solares, unos fruto de los bombardeos y otros huertas no edificadas», explica Alfonso López .

No son estos los únicos vestigios del pasado cercano que se cuelan en la historieta de este autor de Lérida que ha universalizado su obra. «Mi abuelo paterno estuvo en un campo de concentración y mi abuela, con tres hijos, para sobrevivir tras la guerra, alquilaba habitaciones. Mucha gente se ganó la vida con pensiones y casas de huéspedes como la que aparece en el cómic», destaca el autor

Para Alfonso López, es necesario seguir recuperando la memoria gesto tras gesto y año tras año. «Mi madre a veces me hablaba de lo que habían pasado, como que atravesó la frontera bajo la aviación franquista. Pero hay temas de los que no se hablaba nunca, y menos delante de un crío. Siempre recuerdo cómo decían: ‘Niño: de la guerra no se habla’». Por ello se refiere a «los topos», los republicanos no exiliados que vivieron escondidos por temor a poder ser represaliados por sus convicciones. «Hasta muchos años después han formado parte del silencio».