Seguida por 3.648.000 espectadores, un 23,1% de cuota de pantalla, la Gala de los Premios Goya 2017 arrancó brillante con monólogos de Dani Rovira, para luego irse diluyendo a medida que avanzaba la noche. Con tantos guionistas en plantilla, ¿cómo es posible que siempre se desmadre la tensión en la entrega de premios? Sí que se aprovechó el activo del patio de butacas, la mejor muestra de la marca España. Se estrenaban Yvonne Blake y Mariano Barroso, que aportaron normalidad y compromiso desde la Academia. Méndez de Vigo —sombra alargada y plasma de Rajoy— se incorporó a la fiesta en son de paz, arrastrando sus baúles de Cine de Barrio a lo Jack Sparrow, pero sin doblones: por el IVA, el Gobierno recibió 28 millones de euros más de lo que ha invertido en el cine, nos enteramos. «Salud y trabajo para esta profesión, que no se merece el desprecio de nuestros gobernantes», contrastaba la homenajeada Ana Belén.

Esta vez Aragón participaba con los prometedores Isabel Peña y Miguel Casanova, y las presentaciones de Luisa Gavasa y Alexandra Jiménez. Aun con una desaprovechada orquesta, la gala adoleció de glamur, salvo con la doblemente premiada Emma Suárez, con vestido de Lorenzo Caprilel. En la alfombra roja fallaron, ni más ni menos, Carolina Herrena, Nina Ricci, Paco Rabanne y Jean Paul Gaultier, en plena guerra del perfume por las patentes de los aromas, con la firma aragonesa Saphir Parfums como principal patrocinadora. Entre repetidas citas a los likes, influencers y youtubers, un Rovira en tacones reivindicó la equidad de género en la profesión, cuestión cada vez más preocupante: en el 2016 la representación de mujeres profesionales en nuestro cine bajó del 26%.