Es una figura extremadamente conocida y reconocida como escritor. También valorado como artista plástico, pero menos. Tanto menos que las exposiciones dedicadas a su obra gráfica, ingente, siempre han ahondado en la convergencia de lo visual y lo literario. Como si los dibujos tuvieran un carácter de acompañamiento de su lado poético. Y no. Henri Michaux (Namur, 1899-París, 1984) fue un grandísimo escritor, no hay duda, pero fue también «un verdadero artista plástico». Lo afirma Manuel Cirauqui, admirador de toda la obra del belga, además de conservador del Guggenheim y comisario de El otro lado, la exposición que el museo bilbaíno dedica al creador.

La muestra trata a Michaux como creador visual y huye de toda verbosidad. Ni una cita ni una cronología. Y sí mucha obra: 220 piezas, algunas inéditas, y representación de todas sus series fundamentales: los fondos negros, los frottages, las grandes tintas y, por supuesto, los dibujos mescalínicos, los más valorados y los que más curiosidad despiertan. Los ejecutó bajo los efectos de la mescalina y otras sustancias, como la psilocibina y el LSD 25. Fue un ejercicio de investigación. «Él siempre insistió en que no tenía un perfil de drogadicto ni de hippy o yonqui. Y no era para nada un místico en busca de sensaciones fuertes, sino que exploraba el territorio psíquico y las posibilidades de la percepción», apunta Cirauqui. Lo hacía científicamente y con ayuda del neurólogo Julián de Ajuriaguerra. Y lo hizo solo durante una década, de 1955 a 1965. De hecho, se definía sí mismo como un «sobrio bebedor de agua» nada interesado en los paraísos artificiales.

Todo eso aparece en su obra. Una obra que podría calificarse de muchas maneras: manchista, tachista, expresionista, informalista... Pero todos son estilos que Michaux rechazaba. «No le interesaba ninguno de los ismos, y afirmaba que de tener que sumarse a una vanguardia sería la del fantasmismo». Término que responde a su inclinación a la búsqueda de la figura a través del accidente, a través de las formas que tomaban por sí mismas el agua y los pigmentos de la acuarela.

Klee, la revelación

Aunque la inclinación a la aparición inesperada de rostros o elementos corpóreos se repite a lo largo de toda su trayectoria, también en los dibujos mescalínicos. En estos manda un puntillismo hecho con plumilla extremadamente intenso, rápido y repetitivo, y las figuras (los fantasmas, los espectros) emergen por la acumulación de puntos.

Viajero (a los 20 años se enroló en la marina mercante para conocer mundo) y escritor desde el minuto cero, la inclinación por el arte le llegó más tarde. Era completamente ajeno a la tradición naturalista de la pintura occidental y no fue hasta que conoció el trabajo de Paul Klee, Max Ernst y Giorgio de Chirico que decidió pasar al «otro lado», dejó escrito en Pensando en el fenómeno de la pintura. De ahí el título de la exposición.H