Hay motivos de sobra para considerar a Isabelle Huppert una de las mejores actrices vivas. Porque ha sido premiada en todos los grandes festivales de cine; porque ha sabido dotar de cuerpo y de alma a personajes instalados en extremos física y psicológicamente imposibles; y porque a lo largo de los últimos 40 años no ha habido película que no haya mejorado por el mero hecho de tenerla a ella en el reparto. Lamentablemente, ahora ya hay una: se llama Eva, la ha dirigido Benoît Jacquot y ayer fue presentada a concurso en la Berlinale.

Se trata de una obra cuya existencia no hacía ninguna falta, por varios motivos. Uno, la novela homónima de James Hadley Chase en la que se basa, sobre un hombre que alcanza el éxito tras usurpar la personalidad de un escritor fallecido y que luego pierde la cabeza por una prostituta, ya sirvió de modelo en 1960 a una película de Joseph Losey protagonizada por Jeanne Moreau. Dos, pese a no haber envejecido particularmente bien, aquella primera versión deja a esta segunda a la altura del betún. No tendría sentido compararlas ahora al detalle, bastará constatar que todo aquello en la película de Jacquot que supone una variación argumental respecto a la de Losey hace que la historia sea menos misteriosa, sutil y compleja, y más tosca y ridícula.

SENSACIÓN DE HISTERIA

Conviene señalar también que la nueva Eva tiene una duración sustancialmente menor, y que para ahorrar metraje, Jacquot no recurre precisamente al uso maestro de la elipsis; su método es que la película vaya a toda pastilla. Algunas escenas duran apenas 10 segundos, otras casi se terminan dejando a los personajes con la palabra en la boca. Puesto que además están rodadas con movimientos de cámara loquísimos, primeros planos exagerados y composiciones extrañas -y aderezadas del histrionismo del actor Gaspar Ulliel-, la película acaba transmitiendo una molesta sensación general de histeria.

Por lo que respecta a Huppert, su personaje en ningún momento resulta creíble. La primera Eva era una femme fatale arrolladora gracias al misterio que la envolvía y a su belleza absolutamente irresistible -Moreau la encarnó con 32 años-. Interpretada por Huppert, que en marzo cumple los 65, la mujer no deja de hablar de su marido ni de sus clientes ni de la mala cara que hace por la mañana. En suma, decíamos, la actriz no solo no mitiga los problemas de la película, sino que los agrava. La buena noticia es que después de esta ya ha rodado otras tres.

La casualidad quiso que las otras dos candidatas al Oso de Oro presentadas ayer sean también historias de literatos, reales o impostados. El protagonista de Transit también se apropia de la identidad de un escritor muerto, aunque a diferencia del de Eva no lo hace por el dinero, sino para sobrevivir. A través de él, el alemán Christian Petzold cuenta la historia de un grupo de refugiados en Francia que intentan huir a América antes de que llegue la ocupación nazi. Es, pues, una película sobre la segunda guerra mundial, pero está ambientada en la Marsella del 2018. La idea es que hagamos paralelismos, pero la aplastante opacidad narrativa de Petzold nos lo impide.

También Dovlatov parece disfrutar poniendo las cosas difíciles al espectador. Mientras relata unos pocos días en la vida del escritor ruso Serguéi Dovlátov, trata de vencer nuestras defensas a base de escenas reiterativas, diálogos crípticos y una falta general de progresión dramática. Por eso es llamativo que, pese a todo, la película resulte incluso conmovedora como homenaje a todas sus víctimas en general.